Con la de agua que está cayendo, las calles de muchas ciudades y pueblos se han convertido en verdaderos ríos. En las grandes urbes, el deporte nacional consiste en evitar las salpicaduras de los coches cuando pasan cerca de las aceras.
Uno sale a trabajar con sus mejores galas y, en cuestión de segundos (lo que dura un semáforo), puede encontrarse con un mini-tsunami de agua alquitranada que le deja hecho un Cristo. Sin embargo hay algo mucho peor que que te salpique una moto, un coche y hasta un autobús turístico de dos pisos: que te salpique...un tren.
Así se las gastan en los estertores del verano austral, en concreto en Buenos Aires, donde a unas lluvias récord que han anegado la ciudad se une la vetusta vía ferroviaria que parte la capital en dos, con cientos de pasos a nivel que deben sortear los viandantes para llegar a sus destinos.
Y cuando se junta una calle totalmente inundada, un tren de los gordos y gente esperando para pasar...uno no puedo por más que volver a casa a cambiarse.
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