OPINION

Los frikis de la San Silvestre

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Desde hace años, en cualquier momento del día o de la noche, hay un corredor pasando junto a ti. No importa si es invierno o verano, si son las tres de la tarde y estamos a cuarenta grados o si son las cuatro de la mañana y estamos a menos seis. Mientras tú arrastras por la vida, un corredor se cruza en tu camino, totalmente motivado, con “Eye of the tiger” en los cascos y haciendo ese gesto de “vamos, campeón, tú puedes” con el puño.

Esta invasión de corredores vestidos con mallot no ha pasado desapercibida para nadie. Están ahí cuando te encierras en el coche con tu novia porque se os ha roto el amor y eso ha pasado a las cinco de la mañana de un martes. Están ahí cuando madrugas y vas a trabajar y te dan los vértigos. Y también están ahí cuando , durante el domingo, bajas a por patatas y bollitos para darte el atracón en soledad.

Y te preguntas, ¿Y a dónde va toda esta gente? ¿Por qué corren? ¿Por qué llevas estas pintas?

Pues se ha desvelado el misterio. Entrenan para la San Silvestre. Lo que yo creía que era una carrera y que ha resultado ser la verdadera fiesta de Fin de Año.  35.000 dorsales más un número indeterminado de corredores pirata han sumado en esta edición a casi 85.000 participantes que después de comer han ido al Bernabéu a hacerse diez kilómetros mientras un montón de abuelos animaba en compañía de sus estupefactos hijos, por toda la calle Serrano.

Suponemos que hay gente que va allí a competir, como por ejemplo Marta Domínguez (aún recuperándose de las recientes acusaciones sobre dopping) , pero la gran mayoría va en plan Anne Igartiburu,  a pasarlo bien gritando mucho “ueeeeeeeeeee” cada vez que ve una cámara o un grupo de personas.

La organización ha dispuesto varios momentos de salida según las marcas conseguidas en anteriores carreras. Es decir, que la gente que se lo toma en serio sale al principio, y casi una hora después sale el pelotón llamado “Resto de corredores” , que son los que bien no han bajado de la hora para ese mismo recorrido, o bien no ha corrido en su vida y tanto le da ocho que ochenta.

Vamos, todos aquellos que corren sin dorsal y con disfraz. Cosa que tiene muchísimo mérito, porque hacerse diez kilómetros con cuatro amigos más disfrazado de bombona de butano, de patera, o de coche de carreras,  es una afrenta que no es que sea admirable, es que es incluso un poco idiota.

Es muy posible que este chico lleve tres meses entrenando con una caja por el parque de su barrio, ajeno a los hirientes comentarios de los chavales.

Pero decir que la San Silvestre está llena de gente disfrazada es incierto. Al número de corredores serios (a los que no vemos ni escuchamos porque salen al principio) se  le suma una cantidad ingente de corredores con peluca, que se inscriben, pero quieren darle un punto de seriedad. Puede que ni siquiera hayan bebido en la comida. Son gente que aún mantiene la compostura, pero que es consciente de que es un día especial.

Las pelucas sirven para dos cosas: convertir una discusión familiar en algo chocante, y camuflar tu fracaso en la San Silvestre de experiencia lúdica. Una compra muy recomendable.

Detrás de las pelucas, y perdiendo fuelle, van las diademas con antenas. Las antiguas reinas del disfraz trapero. Apenas se han visto en esta edición. Han quedado relegadas a complemento de las chicas que no se ven favorecidas con esa recatada coleta que tanto nos ayuda a todos.

Esta gente medio seria medio cachonda también es muy amiga de ir con carritos de bebé. Lo que en un principio parece una temeridad resulta no serlo tanto. Miles de padres no pueden estar equivocados, ¿o si? Es entrañable ver cómo el padre, acostumbrado al sofá y al utilitario, se desloma en la cuesta arriba mientras el niño, pasando de todo, observa la carrera con indolencia desde su carrito. Solo supera a esto la costumbre del carrito tuneado.

Sigue triunfando, por supuesto, el travestismo, esa fuente inagotable de humor que igual te salva en una despedida de soltera que en las reuniones de los quintos o en un sketch televisivo poco inspirado. La escena más común ha sido ver niños avergonzados que posan, por insistencia de un desconocido, con sus padres, que lo ven todo muy cachondo.

El padre lo pasa pipa. El niño se plantea cómo bloquear el recuerdo.

Detrás del travestismo está el disfraz incomprensible. Se trata de gente que ha cogido varias telas, pelucas, y complementos, y se los ha espolvoreado por encima. Estas personas esperan que entre tanta gente nadie se fije en que su “disfraz” no está especialmente trabajado. Ellos sin embargo funcionan perfectamente en el conjunto.

Estos chicos aseguraban ir de gusano. La lechuga pocha les delata.

Por último tenemos el disfraz muy currado, que suele ir dentro de una comparsa. Porque llevar un megadisfraz como Tenerife, una sola persona, para correr, y encima sin dorsal, ya pasa de ser divertido a ser triste o un poco raro. Imaginen a alguien saliendo por la puerta de su casa con una enorme estructura a su alrededor, y cogiendo el metro para correr disfrazado de átomo… No es la mejor opción.

Sin embargo, lo normal es coger cosas que hay por  tu casa, e ir extravagante sin más. Como en Carnaval, vaya. Cosa que hace que la San Silvestre sea la mejor opción para pasar el fin de año, pero no la más adecuada si eres atleta o te gustaría serlo.

Por si el año que viene os da por animaros, dejamos unos documentos gráficos donde se puede ver el tinglado… Y si no os apetece dar mucho el cantazo, siempre podéis estar atentos al momento de salida, donde la gente tira la camiseta con la que ha ido, la más asquerosa que tiene, y puedes ser golpeado tres veces por el mismo albornoz color gris ala de mosca. Momento fetichista incomparable, todo ello acompañado de un montón de colegas y de música rock.

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