OPINION

El perdón de Javier Sardá

Javier Sarda CRONICAS MARCIANAS
Javier Sarda CRONICAS MARCIANAS

Intuitivo, observador, seductor e inteligente. Su nombre completo: Francisco Javier Sardà i Tàmaro. Aunque para el público siempre será Javier Sardá.

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona, Sardá es uno de esos nombres propios que está escrito en mayúscula, negrita y subrayado en la lista de personajes que reinventaron la historia de nuestra radiotelevisión.

En ese catálogo imaginario de profesionales, seguramente, su DNI aparecerá inscrito junto al de Joan Ramón Mainat, su amigo del alma y engranaje clave de la factoría creativa que parió la Barcelona de aquellos maravillosos años ochenta.

La luminosa sombra de Javier empezó a ser alargada en Ahí te quiero ver, un programa presentado por su hermana Rosa María, del que fue guionista, y que logró metamorfosear los espacios de entrevistas con una chispeante inventiva que no entendía de limitaciones. Se notaba que la familia Sardá había visto mucho mundo entre las cajas escénicas de multitud de teatros.

Desde entonces, Sardá sembró años de radio con su personalidad abrumadora, que compatibilizaría con inolvidables programas televisivos como Juego de niños, Olé tus videos, Betes i Films, Tot per l`audiència, Sembla mentida, Todos somos humanos y Moros y Cristianos.

Pero fue en 1995, con la marcha de Pepe Navarro a Antena 3, cuando Telecinco le eligió para ser el rostro del cambio en la hora golfa. En principio, acomodado en el prestigio de la radio con La ventana (Cadena Ser), parecía que desecharía la oferta. Pero Joan Ramón le convenció. No podía ser de otra manera.

Y, entonces, nació Crónicas Marcianas, un late night que pretendía ser una nave espacial cargada de ideas imprevisibles e instinto televisivo, con un espíritu canalla que convertía al programa en el aliciente perfecto para ilusionar a gran parte de la audiencia que esperaba terminar el día con un colofón de risas y emociones.

Aunque, poco a poco, el poder depredador de un audímetro, cada vez más yonki de récords de share, fue transformando la esencia  inicial del programa en un centro de reinserción de los colaboradores más exaltados y con menos escrúpulos del panorama.

Una controvertida fábrica de hacer dinero a través de delirios rosas y prefabricados, que, a pesar de todo, la versión más showman de Javier Sardá supo tratar con la distancia necesaria. Una perspectiva relativizadora donde eran de importancia el humor y las imitaciones en estado de gracia de Carlos Latre, con las que Sardá tanto disfrutaba cuando veía que funcionaban.

Hago la televisión que quiere la gente, pero como quiero yo”, esa era una de las máximas de Javier Sardá en Crónicas Marcianas. Y se notaba, porque casi siempre pesaba más el instinto divertido del show que los conflictos dañinos o manipulados tratados de forma trascendental. Esa era la diferencia entre Sardá y otros programas.

Seis años han pasado ya desde el cierre de Crónicas Marcianas. El ya mítico programa se despidió con un homenaje a Joan Ramón, "con su adiós y un hasta siempre". Y Sardá salió por la puerta triangular de aquel plató que no estaba en Marte, estaba en un polígono feo de Sant Just Desvern.

Desde aquel día, los estratosféricos datos de audiencia no han vuelto a acompañar a Javier Sardá, pero sí su carismática capacidad para comunicar, siempre atento a los intereses del espectador. Esta noche, el periodista catalán regresa a la madrugada pero en una cadena distinta, Antena 3. Lo hace detrás de Buenafuente y con un espacio titulado Usted perdone, como si quisiera pedir disculpas por reaparecer. Un programa más desnudo, pero donde inevitablemente Sardá volverá a exprimir su traviesa curiosidad como entrevistador que afronta su trabajo con la inexcusable madurez de un juego de niños.

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