OPINION

¿Por qué nos engancha tanto la ‘Pesadilla en la cocina’ de Alberto Chicote?

Domine Cabra Alberto Chicote
Domine Cabra Alberto Chicote

Pesadilla en la cocina vivió ayer una de sus ediciones más emotivas. El espacio se transformó en un conmovedor homenaje al propietario del restaurante a examen, el Domine Cambra, que falleció recientemente a causa de un cáncer y que en el programa mostraba su ilusión de ver como sus hijos podían mantener el negocio familiar. Con esta palpitante historia, el chef Alberto Chicote volvió a conquistar a la audiencia con un buen 12,3 por ciento de share y 2.508.000 de fieles.

Pero, ¿por qué nos engancha tanto Pesadilla en la cocina? Analizamos nueve ingredientes que convierten este programa en un plato televisivo exquisito:

Uno. Los chefs bordes son atractivos.

El Chef es la clave del formato. Y Alberto Chicote es el gran acierto de Pesadilla en la cocina, pues tiene la dosis perfecta de la mala leche del Doctor House y la cercanía cómplice de Karlos Arguiñano. Dice verdades como puños, suelta aquello que el espectador se pregunta en su casa y no se queda sólo en el conflicto: también procura entender los problemas y sentimientos de sus víctimas. Severo, pero tierno. Es fácil empatizar con él, es magnético, es el guía perfecto para conducirnos por esas cocinas del infierno.

Dos. Menús de proximidad. 

Los restaurantes que se ponen a prueba son reconocibles, con protagonistas que presentan perfiles muy fáciles de identificar entre los empleados de un bar cualquiera de tu barrio. Incluso el espectador ha podido comer en el propio sitio que aparece en el programa o, si le pilla cerca, tener la posibilidad de acudir para comprobar cuánto ha mejorado el chiringuito tras los consejos de Chicote.

Tres. Las tripas de la hostelería.

Todos hemos sido comensales, y Pesadilla en la cocina es el reality ideal para saciarnos la curiosidad de lo que esconde la trastienda de los restaurantes. El público se reconoce entre las personas que pueden pisar ese garito, y lo que vemos que ocurre en muchas de las cocinas es el reflejo de muchos de nuestros peores temores como clientes. La audiencia se queda perpleja.

Cuatro. Los trapos sucios.

El programa presenta rápidamente el conflicto e introduce muy bien a los protagonistas de cada edición, dibujando sus rasgos de personalidad al detalle y sin rodeos, convirtiéndoles en personajes que siempre dan mucho juego, parecen "olvidarse" de la cámara y no tardan en sacar a la luz sus trapos más turbios. El espectador se siente enseguida partícipe del “show”: puede criticar o adorar a estos personajes desde el sofá… o, directamente, realizar chascarrillos en la red social. Chicote nos une y nos hace sentirnos hasta superiores al resto de la humanidad. Y es que es muy difícil ser más desastroso de  lo que muestra este formato.

Cinco. Al grano.

Pesadilla en la cocina no se embarulla en explicaciones, va directo al argumento. Cada edición sabre exprimir las horas de grabación para crear una trama perfecta, como si se tratara de una serie de ficción redonda, ya que cuenta con elementos de drama, comedia y, a veces, hasta de película de terror... pero es mucho mejor: es la vida real.  Y el espectador no tiene tiempo de aburrirse, el programa cuenta con un ritmo endiablado y adictivo que jamás se pierde en rodeos. Además, el montaje sabe estructurar y dosificar la historia a través de todo tipo de efectos, zooms, soniquetes, sabias elecciones musicales...

Seis. Redecorando vidas.

En Pesadilla en la cocina también se provocan cambios de look en los restaurantes que se intentan salvar. Pero el programa no se atasca en aburridas obras de remodelación (eso ya lo hacía otro programa con Jorge Fernández) y presenta directamente una fugaz comparativa del antes y el después… De esta forma, Pesadilla también cuenta con una pizca de lo que mejor funciona en los formatos televisivos de estilos de vida aspiracionales (Vaya Casas, ¿Quién vive ahí?), la decoración.  ¿Cómo dejará Chicote el restaurante? ¿Qué incorporarán los interioristas del programa? El público se queda pegado a la pantalla para descubrir las mejoras.

Ocho. Las recetas anticrisis.

Programa de telerealidad, programa de testimonios, programa de decoración... y, por supuesto, también programa de cocina. Los jueves Chicote muestra su talento como chef y nos descubre recetas que aplica a las necesidades de cada restaurante. Economizando, exprimiendo los recursos más sencillos y mimando los platos. Lecciones prácticas que puede aplicar a su negocio el propio televidente.

Nueve. La superación.

Y la clave fundamental del éxito, además de poner en la palestra la putrefacción y otras irresponsabilidades que se comenten entre fogones, es que el espectador se queda hasta el final para descubrir la evolución de unos negocios que aprenden a ser mejores, a superarse, a tener una personalidad más definida y, sobre todo, a ganar en calidad culinaria. Aunque no siempre todos lo consiguen, y eso también hace que el programa se vuelva imprevisible e hipnótico. De hecho, La Sexta ya ha comunicado que, en próximas ediciones, Chicote regresará a varios de los restaurantes que han sobrevivido a esta primera etapa de Pesadilla en la cocina. ¿Habrán vuelto a las andadas?

@borjateran

Y ADEMÁS...

El Castro de Lugo, cerró. 

¿Quién es Alberto Chicote?

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