OPINION

Una noche en el plató de la semifinal de 'La Voz'

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Algete. Madrid. Llegamos al polígono Río de Janeiro. Son las 8.30 de la tarde. Entre nave industrial y nave industrial, hay un edificio que despierta una aureola especial. Se trata de un plató de televisión. Allí se realiza La Voz. Esperamos tras la reja antes de entrar. Un coche de alta gama frena ante nosotros. Borja Thyssen y, su mujer, Blanca Cuesta bajan del vehículo. Ellos también parecen ser fans del programa de Telecinco.

Entramos a las instalaciones, recogemos el bocata de rigor y cruzamos la puerta del estudio. Normalmente, cuando entras a un plató de televisión todo te parece más pequeño que por la tele, pero en los directos de La Voz sucede justo lo contrario: da la sensación de que el espacio es más amplio.

Mientras se proyectan pruebas en las pantallas gigantes, muchos seguidores del programa empiezan a coger posiciones en las gradas. En los fosos, los animadores del público intentan contagiar entusiasmo para que el espectáculo empiece con el jolgorio bien en alto. Aunque la gente ya está entregada: vienen a palpar a sus artistas favoritos, y así lo evidencian cuando aparecen por la puerta Bisbal, Rosario, Malú y Melendi, los coaches de La Voz España. Ellos han sido una de las grandes revelaciones del formato, especialmente Melendi, que, a fuerza de naturalidad y sensatez, se ha ganado la complicidad de la audiencia. Las niñas no paran de buscar algún gesto dedicado por parte de su ídolo.

¿Qué sería ya de nosotros sin los "¡monstruos!" de Rosario Flores? ¿Qué sería de Twitter sin la libretita con notas misteriosas de Bisbal? Y si el plató se vino arriba cuando apareció el jurado, también sucede lo mismo cuando hace acto de presencia el presentador, Jesús Vázquez, probablemente uno de los mejores comunicadores que parió nuestra caja tonta lista. En La Voz ha vuelto a demostrar que impulsa el show con un oficio que sabe reaccionar ante cualquier imprevisto y conectar con lo que necesita el público en cada momento.

Pero el momentazo, de verdad, llega cuando aparece Alejandro Sanz sobre el escenario, frente a un plasma que le sopla la letra de la canción y ante una grada en la que ya se divisa a Borja Thyssen y Blanca Cuesta, junto a otros rostros conocidos como Vicky Martín Berrocal o Alejandra Prat.

Sanz canta Mi Marciana. Poco después aparece el poder vocal de Leona Lewis, y la emoción se contagia en el estudio. Esto ocurre instantes antes de que irrumpan en el plató las actuaciones de los concursantes, los talentos de La Voz. Sólo cuatro de ellos, uno por coach, se proclaman finalistas al terminar la noche: Rafa, Maika, Jorge y Pau.

En ese momento, entre el murmullo del público, es sencillo darse cuenta de porqué este formato ha sido la gran revelación del año: es fácil sentirse identificado con el sueño que están cumpliendo los participantes. Porque los concursantes son gente que está en la calle, porque el presentador es como de la familia y porque el jurado, con sus expresiones de andar por casa, se ha revelado como reflejo de nosotros mismos.

La Voz España, al menos en esta primera edición, no pasará a la historia de la televisión por su (a ratos caótica) factura visual ni por su sonido en emisión, pero hay que reconocer que Telecinco y Boomerang han dado en la diana en lo esencial: enganchando a la audiencia con un show tan imperfecto como cercano, empático y magnético.

@borjateran

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