OPINION

Concha Velasco brilló en una gala de los Goya monótona, con tópicos y un error flagrante

Concha-Velasco-Goya-Honor_
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No fue un motín, pero si una gala que no perdió la perspectiva del momento en el que está sumido el país. La Academia de Cine celebró sus Premios Goya en una noche en la que, a nivel televisivo, destacó el atinado monólogo de arranque de Eva Hache.

La maestra de ceremonias, más relajada que el año pasado, consumó una mordaz presentación que, a través de una directa ironía, ejecutó una elegante radiografía de la sociedad que nos está dejando la política. Ni el Rey se salvó.

Pero la gran protagonista de la velada fue  Concha Velasco que abrazó el premio honorífico como sólo podía hacer ella: regalando a la ceremonia el momento con más sentido del espectáculo de la noche. Concha interpretó una parte de su obra Yo lo que quiero es bailar, donde explica con mucha gracia su frustrada nominación al Goya por Más allá del jardín.

Después vino un regular recurrido musical por su trayectoria con actores como Antonio Garrido o Amaia Salamanca, pero, incluso a pesar de este poco lucido numerito, Concha volvió a demostrar que es grande en todo lo que hace: cine, televisión, teatro e, incluso, recogiendo premios.

También emocionó una comprometida Maribel Verdú. Lo hizo dedicando el premio a la mejor actriz por Blancanieves a los castigados de un "sistema quebrado" que permite "robar a los pobres para dárselo a los ricos", como sentenció ella misma (y los comentarios en off de RTVE cambiaron de tema). Candela Peña, Goya a la mejor secundaria por Una pistola en cada mano, fue otra de las ganadoras que conmocionó con su discurso a favor de la sanidad pública, la educación pública y contra los desahucios, pidiendo trabajo para ella misma también, que ahora tiene un hijo que alimentar (y los comentarios en off de RTVE cambiaron de tema).

Pero el traspiés histórico de la noche fue cuando el premio de mejor canción se dio a Los niños salvajes por error. Rápidamente, la actriz Adriana Ugarte paralizó la recogida y anunció a la verdadera ganadora en esa categoría, Blancanieves. Los falsos premiados se quedaron pálidos. Nadie en directo explicó qué había pasado. ¿Por qué había dos sobres que provocaron que Ugarte se confundiera? Eva Hache o el Presidente de la Academia debieron haber salido a dar alguna explicación sobre tan extraño asunto. No obstante, se corrió un tupido velo y siguieron con la ceremonia como si no hubiera pasado nada.

Este fue el gran fallo de un evento televisivo que no reunió ni un ápice de originalidad con respecto a años anteriores. La misma coctelera con los mismos manidos ingredientes. Sin grandes rostros, sin Penélope Cruz, sin Naome Watts, sin golpes de efectos ni sorpresas de guión. Todo fue predecible, arrítmico. No supieron aprovechar ni el tirón de Mario Casas que andaba por allí representando a Grupo 7 y que bien podía haber entregado algún premio para alegría de sus miles de fans.

Entre tanto sopor, solo se salvaron el primer monólogo de Eva Hache, la aparición de Concha en el escenario y el desafortunado sobre erróneo. La gala se fue desinflando a medida que iba corriendo la noche. Era difícil resistir la tentación del zapping y aguantar la retahíla de agradecimientos al padre, a la tía y al casero de los premiados de turno.

Los discursos de los premiados, en sus mayoría cargados de tópicos ("la verdad es que no me lo esperaba..."), se hacían demasiado largos. Quizá deberíamos incorporar ya la efectiva música de fondo que ponen los norteamericanos habitualmente en sus galas para avisar de que el premiado se está extendiendo y debe acabar cuanto antes; con esta medida logran abreviar los saludos a familiares y amigos.

En el ritmo de la velada, tampoco ayudó el orden de escaleta. Una vez más, se hizo ese manoseado invento de colar al presentador, en este caso Eva Hache, dentro de las películas del año (esto era original en 1996 cuando lo hacía Billy Crystal) o se intercalaron gags interminables, como cuando Ernesto Sevilla se puso a buscar eternas reivindicaciones absurdas entre el público con la ayuda de los demás actores de Muchachada Nui. Más que divertir, estos fragmentos invitaban a irse a la cama.

Casi al final, llegó Belén Rueda para entregar el premio al mejor actor. Dijo que la cultura debe ser una de nuestras prioridades. Y anunció que ya quedaba menos para terminar. Suspiro generalizado. La gala tocó a su fin poco después con el Goya al mejor director (para J. A. Bayona por Lo imposible) y a la mejor película (para Blancanieves).

Concluyó así una gala que parece condenada, año tras año, a hacerse larga e insatisfactoria. La única novedad real fue el sistema interactivo de multicámara que ofreció rtve.es. Esta visionaria web es un oasis dentro de una cadena pública que navega a la deriva por obra y gracia de los egos de la política de trincheras. Pero, afortunadamente, anoche los trabajadores del cine dieron una lección de  honestidad, compromiso y elegancia.

Respecto a lo de conseguir una gala redonda a nivel televisivo... otro año será.

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