OPINION

'Las bodas de Sálvame', ¿el peor día de tu vida?

BODAS DE SÁLVAME
BODAS DE SÁLVAME

Las bodas de Sálvame no terminan de cuajar en las tardes del sábado. Sin personajes famosos, como la anterior edición con Chiqui de GH, el espacio se desploma en audiencia. De hecho, este último fin de semana el programa sólo ha logrado un 10,4 por ciento de share con el enlace de Inma y Óscar.

Y eso que fue un programa de lo más morboso, pues Óscar no se habla con sus padres y los responsables de Sálvame le regalaron unas perturbadoras emboscadas para que intentara hacer 'las paces' con su familia, en directo, a través de una conexión vía satélite. Así, vía satélite, quedaron inmortalizadas sus caras de mal rollo y la retahíla de reproches hacia sus progenitores. Era su boda, pero no parecía el día más feliz de su vida.

Son las contraindicaciones de casarse bajo el sello de Sálvame. Todo vale por y para el show. Pero ni con ese conflicto, que fue salpicando la ceremonia, el espacio ha conseguido reflotar lo suficiente la maltrecha audiencia de la sobremesa de los sábados en Telecinco. Es difícil encontrar el interés en ver contraer matrimonio a dos desconocidos, con ansias de fama catódica, en un horrible polígono industrial. El contenido del formato no casa, nunca mejor dicho, con el lugar donde se ejecuta.

Las ceremonias nupciales de por sí son horteras, pero descubrir a la novia entrando en un carromato de caballos por el asfalto del feo parking de Telecinco roza el delirio. Aunque, esta vez, el delirio no funciona, tampoco los tópicos de los parlamentos ñoños que narran, papel en mano, los novios y los familiares.

Y ya el espectador puede sentir absoluta perplejidad al observar al novio, Óscar, llorar cuando lee, descompuesto, una carta larguísima que le ha escrito su perro desde el más allá, pues, por cierto, está muerto. Tortura maquinada por algún redactor del programa para conseguir lágrimas por doquier. No obstante, es complicado que el espectador empatice con la emoción de los casamenteros en un contexto tan forzado y artificial.

Lo mejor del programa es Carmen Alcayde, que con su ironía, espontaneidad y constantes salidas de tono da a Las bodas de Sálvame su punto de sensatez. También funciona el wedding planner, Marc Giró, que sabe picar a los novios con rapidez de reflejos.

Kiko Hernández, por su parte, ha demostrado que puede comandar un programa en directo de estas características. Quizá justo este es el problema del espacio que es en directo y desde un disfrazado estudio de Hay una cosa que te quiero decir. Cada sábado es igual. Visto uno, vistos todos, por más que algunas historias intenten adornarlas con raciones extras de morbo e ingredientes lacrimógenos baratos. ¿Cuántas semanas le quedan a Las bodas de Sálvame? ¿No habría sido mejor realizar un docushow con el antes, durante y después de una ceremonia de verdad en localizaciones reales?

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