OPINION

¿Cuál es el límite de un reality?

De la ingenuidad del primer 'Gran Hermano' al obsceno-show de 'Campamento del Verano'.

La televisión cambió para siempre el día que se inventó Gran Hermano. Había llegado a nuestras vidas el superformato catódico, ya que incorporaba casi todos los géneros televisivos (culebrón, talk show, concurso, espectáculo, cotilleo, documental...) en sólo un programa revestido de la realidad en su máxima expresión. Un éxito, pues los espectadores somos voyeurs por naturaleza.

Y esa telerrealidad ha ido creciendo y evolucionando en los últimos años. Las variantes del género parecen no tener fin. Hay versiones para todos los gustos: música, gastronomía, supervivencia, decoración, viajes, convivencia, comedia... Incluso hasta cómo organizar tu entierro.

Los creativos televisivos se exprimen los sesos para sorprender con nuevas fórmulas y vueltas de tuerca. La mayoría de los programas basados en la realidad suelen inspirarse en actividades constructivas, reconocibles, aspiracionales y/o lúdicas. Hay espacios prácticos donde el conflicto te inspira a la hora de decorar tu hogar, como Tu casa a juicio de Divinity. Otros, simplemente, consiguen evadirte gracias a los surrealistas delirios de las artimañas de las cabezas pensantes del programa, como sucede con Un príncipe para Corina de Cuatro, que logra convertir un busca-pareja en un espectáculo a carcajada limpia.

Pero el problema surge cuando para alcanzar audiencia de la forma más fácil, se olvida la esencia de lo que significa elaborar un reality de verdad. Y se vende un espacio de conflicto prefabricado y mal cocinado bajo una etiqueta falsa de telerrealidad. Así está sucediendo estas semanas con Campamento de Verano de Telecinco. Un formato, de los creadores de Sálvame, improvisado para las vacaciones, mala copia low-cost de espacios bien hechos como Supervivientes y Acorralados, que no cree en las posibilidades de la televisión, se toma demasiado en serio y sólo intenta seducir al espectador a base de sacar trapos sucios forzados e infravalorando su inteligencia. El show de los 'conflictivos' exploradores, que Telecinco utiliza como rentable comodín en casi todas sus noches, parece no tener límites, ni escrúpulos, pero ¿cuál es la línea roja de un reality?

La propia dignidad del participante y, por consiguiente, la propia dignidad del espectador debe ser la raya roja. Ahí debe estar el límite de las productoras y de los canales, que como concesiones públicas tienen una responsabilidad social. La televisión es un negocio, sí, pero trabajar en la pequeña pantalla también conlleva una compromiso por muy mínimo que sea. No obstante, los responsables de Campamento de Verano, que no dudan en denigrar a sus víctimas sin piedad, se olvidan de que, al mismo tiempo, también denigran la confianza del público más masivo, que ya se percata de las trampas del formato. Y la confianza no siempre es tan fácil de recuperar.

Campamento de Verano no debería manchar el nombre del género reality show, porque, en realidad, este programa nos ha traído otro término: el obsceno-show, sórdido, cutre, histérico, violento, con nulo interés televisivo, indigno hasta de Telecinco.

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