OPINION

¿Por qué abundan tanto los programas de videntes?

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La TDT se nos prometió como un lugar cargado de contenidos de calidad y limpio de cadenas que se financiaran a través de espacios basados en llamadas telefónicas de elevado coste. Pero no, los videntes han sobrevivido en el mando a distancia. De hecho, están en multitud canales, siguen engatusando a la audiencia y, sobre todo, facturan dinero. Mucho dinero. Es el negocio con menos escrúpulos de nuestra pequeña pantalla.

Este tipo de televisión arrancó en 1995 con la cadena TVL. Un grupo de emisoras locales que ingresaba millones de euros gracias a la programación ininterrumpida de videncia y concursos supuestamente amañados. No tenían publicidad, la empresa se sostenía gracias al dinero que generaba mantener a la víctima media hora (el máximo tiempo estipulado legalmente) esperando al otro lado del receptor, incluso antes de entrar al directo.

En 2004, el programa de investigación Siete días, siete noches, de Antena 3, desveló la estafa y el fundador de la empresa, Rodrigo del Campo, fue detenido. Todas las cadenas generalistas condenaron el modus operandi de esta red de canales.

Pero, años después, las grandes televisiones también hicieron hueco a este rentable tipo de programas. Ya nadie condenaba estas dudosas prácticas. Los calls tv, los más sofisticados juegos de casinos en la madrugada o los adivinos inundan parrillas, y se convierten en un hilarante chascarrillo en la red social. ¿Por qué proliferan tanto estos espacios?

Son programas de muy bajo coste, que no necesitan de publicidad porque se autofinancian con las llamadas de los espectadores y rellenan horarios que no cuentan con anunciantes. Por eso, como si fueran una tómbola de feria, llenan la pantalla de impactos visuales para fomentar el impulso irracional de la audiencia y aprovecharse de la gente más débil al grito del "llama YA". 

Estudian la bola de cristal, leen el tarot, mueven el péndulo…  aunque, en realidad, los videntes ejercen de avispados psicólogos, al mismo tiempo que recuerdan que hay otras líneas abiertas con más compañeros disponibles para conseguir más llamadas. Otra estrategia también es dar la sensación de que nadie llama. En esto último, es experto Sandro Rey (en la fotografía).

Esta especie de imitador de Mario Vaquerizo se ha convertido en un fenómeno social por sus surrealistas teatrillos que monta en directo, ya sea mirando la bola de cristal durante media hora o haciendo una hoguera en un cazo en el centro del plató. Da igual que no acierte ni una a las preguntas de los espectadores y, encima, se note. Así es la picaresca del siglo XXI: la figura del cuentista que hasta osa en adivinar el número de la Lotería Nacional. Por supuesto, sin acertar.   

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