OPINION

El debate electoral a seis: la televisión que aleja aún más a los políticos de la sociedad

debate a seis elecciones
debate a seis elecciones

Sólo fue visto por un 4.2 por ciento de share y 838.000 espectadores. Todo un fracaso de audiencia. Analizamos el problema del debate electoral.

Tras el fracaso del cara a cara electoral entre Valenciano y Cañete, La 1 de Televisión Española ha retransmitido, esta noche, el debate más plural, huyendo del bipartidismo. Aunque, de nuevo, más que una tertulia entre candidatos, se ha convertido en una sucesión de discursos que se debían ajustar a un cronómetro omnipresente.

Los políticos deberían prestar atención al principal problema que ha evidenciado este programa especial: los líderes participantes han suspendido a la hora de comunicar al espectador. Era hasta difícil seguir sus alegatos. No existió telegenia, aquello parecía una reunión de altas esferas incapaces de divulgar sus propuestas con la proximidad necesaria para llegar al público, conectar con sus preocupaciones y animar al voto.

Faltó pasión, faltó carisma y sobró vocabulario extraño ¿Por qué hablar de 'servicio universal de comunicaciones' cuando puedes decir Internet? Y s que fue un programa que daba la sensación de que se estaba emitiendo para promover el zaping hacia otros canales.

El parlamento de todos los candidatos fue excesivamente plano, hablaban para sus gabinetes de comunicación, sin despertar la inquietud de la audiencia ni responder sus propias preguntas, que era de lo que se trataba.

Los contertulios, Esteban González Pons (PP), Ramón Jáuregui (PSOE), Ramón Tremosa (Coalición por Europa), Willy Meyer (La Izquierda Plural), Francisco Sosa Wagner (Unión Progreso y Democracia) y Josep Maria Terricabras (L'Esquerra pel Dret a Decidir), son de fuerzas dispares pero todos tuvieron algo en común: no se salieron casi del guion.

Una reunión de caballeros, sin ninguna mujer, en la que sólo destacaron, por destacar algo, la pajarita de Sosa Wagner y las pulseras adolescentes de Tremosa. O con el delirante momento de González Pons sacando un cartel con un tuit de Valenciano: buscaba el efectismo y el descrédito, pero se quedó en un gag más propio de un vídeo manipulado de El Intermedio. Así, era fácil fijarse en estos elementos superficiales cuando los discursos se volvían insufriblemente monótonos.

María Casado, por su parte, repitió en su papel de juez que modera los tiempos en medio de una puesta en escena de lo más gris. La adaptación del decorado de El debate de La 1, que a su vez es una versión de la puesta en escena de 59 segundos, también invitaba a la desconexión de la audiencia. Los fondos no funcionaban: excesivamente oscuros y con una realización que parecía de hace cuatro décadas por lo menos. Sin ritmo, sin movimientos de cámara, sin información extra del grafismo, sin planos recursos. No apta para el ojo del espectador actual, acostumbrado a una mayor cantidad de estímulos.

En un tiempo en el que los debates en televisión son habituales, los políticos no se atreven a escapar de sus miedos y se ciñen a la soporífera mecánica de una tertulia convertida en mero trámite. Parece que lo último que importa es dirigirse a una audiencia ávida de respuestas. Así, el debate se vuelve antidebate, los políticos corroboran su falta de sintonía con los ciudadanos y en ningún caso se aprovecha el descomunal poder de la televisión para lanzar mensajes alentadores.

Pronto los políticos se darán cuenta de que esta fórmula de debate es contraproducente. Al final, gana mucho más electoralmente Albert Rivera enfrentándose a Ana Pastor (como sucedió este pasado domingo en La Sexta) que seis políticos pasándose turnos con María Casado.

Y ADEMÁS...

El cara a cara entre Cañete y Valenciano: ¿debate electoral o batalla de monólogos?

Mostrar comentarios