OPINION

El problema de 'Sin Identidad': una serie mal definida en su origen

sin identidad antena 3
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Los norteamericanos saben que es trascendental definir a la perfección un producto televisivo antes de ejecutarlo. Hay que decidir a qué género pertenece, cuál es el tono, a qué público va dirigido... Muchas veces se equivocan, sí, pero sus series suelen partir de una declaración de intenciones precisa y contundente.

En España, en cambio, no siempre se tiene tan claro, pues se toman decisiones a veces apresuradas.  En el proceso de concepción de nuestras ficciones a menudo se dan palos de ciego. Incluso hay directivos que se dejan influenciar por el clima de opinión que se genera en las redes sociales cuando se anuncia un proyecto. Y cunde el pánico si las opiniones no son mayormente favorables. Y comienza el vaivén de cambios, contradicciones, gente nerviosa... Por suerte,  en ocasiones se puede reaccionar y el formato avanza favorablemente con el rodaje, otras no.

Sin identidad es un buen ejemplo de este caos en el nacimiento de una ficción. Lo que comenzó siendo un drama sobre niños robados a raíz del éxito de la miniserie sobre este tema en Telecinco -de hecho, Sin identidad se iba a llamar Robada- terminó siendo una historia de venganza al estilo de la estadounidense Revenge. El problema: el espectador no entiende la venganza, ni los flashbacks, ni por qué Megan Montaner no ha envejecido lo más mínimo entre el pasado y el presente (sólo tiene el pelo más corto en el presente, donde supuestamente su personaje tiene casi cuarenta años aunque en realidad aparente los veintiséis que tiene la actriz).

Pero hay una clarificadora explicación: Sin identidad nació como un drama emocional que narraba la vida de un niña robada. Sin más. Pero, de repente, los responsables de la cadena se percataron de que esa premisa ya estaba algo quemada o no parecía demasiado efectiva para enganchar a las audiencias. Se cambió al equipo de guionistas y se disfrazó la trama con nuevos aires de thriller. Lo malo: tal vez ya era demasiado tarde.

Para solucionarlo, se sacaron de la manga unos prólogos que transcurren en el presente, con esa Montaner con el pelo corto, y que dan paso a los flashbacks en cada arranque del capítulo. De ahí la desorientación que producen en el espectador estos saltos en el guion: son un parche para reinventar la historia y hacerla más atractiva. La protagonista ha acabado en una cárcel china, pero no se sabe por qué, ni de quién quiere vengarse, ni qué le han hecho. No se trata de dosificación de información; simplemente es que la serie no tiene una estructura lógica y coherente a la hora de presentar sus cartas. Y no la tiene porque su estructura se ha ido improvisando.

Sin identidad se estrenó con un bestial dato de 25,7 por ciento de share y 4,9 millones de televidentes. La semana pasada, en su cuarto capítulo, ese número de espectadores estaba en  3,5 millones de fieles, con un repunte sin competencia. ¿Seguirá descendiendo su audiencia o conseguirán reenganchar a los espectadores que se han quedado ya por el camino? Parece complicado. Aunque esperemos que sus artífices sepan lo que tienen entre manos y que se lo demuestren al público, que es sabio y cruel a la hora de abandonar el barco cuando se huelen que este navega a la deriva.

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