OPINION

El descrédito de RTVE: ¿cómo debe ser la televisión pública que nos merecemos?

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Una vez más, Televisión Española está siendo noticia estos días. De nuevo, la cadena pública llena de titulares la prensa no por sus contenidos de calidad, que los tiene aunque sean más invisibles que visibles, sino por el posicionamiento de sus informativos en tiempos de turbulencia política y social.

La nueva dirección de los Telediarios, capitaneada por José Antonio Álvarez Gudín, recién llegado de La Razón, está provocando una renovación a fondo en la que se está colocando en los puestos directivos a personas de su confianza, cuando una emisora pública debería estar regida por la valía profesional y no por la conchabanza.

Mientras nos quedamos hipnotizados por el torbellino de cambios, la prensa especializada especula sobre si va a fichar a Ernesto Sáenz de Buruaga, si Ana Blanco va a pasar a Los Desayunos o si María Casado será cesada. Y, progresivamente, se amplifica el descrédito de una institución que, en su tiempo, fue una referencia nacional e internacional.

Los cambios son importantes, pero, ahora mismo, los de TVE sólo sirven para que la población se identifique cada vez menos con una cadena que se hace de espaldas a ellos. No es nada nuevo. Pero no siempre ha sido así. Y TVE no puede reproducir los enfermizos modelos que llevaron al ostracismo a Canal 9 y Telemadrid. Quizá, por eso mismo. los trabajadores de la emisora pública han protestado haciendo una sentada el pasado viernes. No obstante, no lo realizaron dos años y medio antes, cuando se cesó a Fran Llorente, lo cual significó el principio del fin de un modelo informativo que empezaba a ser sostenible.

Porque RTVE es sostenible. Pero, con la gestión a golpe de interés político, los espectadores han dejado de verlo así. Tampoco parece que esto preocupe demasiado al resto de partidos, que reivindican TVE muy puntualmente, sin preocuparse del problema de fondo, sólo cuando pueden sacar rédito electoral de ello.

Al hablar de la radiotelevisión pública, siempre se habla de gasto, pero no de inversión. Porque vivimos en un tiempo en el que no se entiende demasiado la inversión en lo público para conseguir una sociedad mejor. Estamos en la era del usar y tirar, en prácticamente todos los ámbitos, donde el beneficio económico instantáneo prevalece ante los beneficios que son más intangibles. Pero, como la Sanidad o la Educación, una coherente radiotelevisión pública también es radicalmente clave para que vivamos en una sociedad más competitiva, económicamente y también en ideas.

Porque un país mejor sólo se logra a través del poder de las ideas con perspectiva. Y ahí está el sentido de las cadenas públicas. Por eso mismo, países vecinos como Inglaterra, Alemania o Francia potencien sin dudarlo sus cadenas estatales como banderas cruciales para la divulgación social.

En España, esa percepción no existe. Al contrario, a veces, parece que TVE está gestionada para que caiga en el desprestigio fácil y que la población considere que no sirve de nada. Es definida como un gasto, y no una inversión para todos. No falta parte de razón con el actual panorama. Pero se ha demostrado que es posible un modelo que abraza la pluralidad y que prueba la valía de los medios públicos: no sólo en información. también en ficción y entretenimiento, marcando la diferencia con las privadas, en tele, radio e internet, tal y como realizan compañías como la BBC.

España se merece una cadena pública que piense más en la gente que en los políticos que están en Moncloa. Que crea en el bien común por encima del bien propio. Que produzca más ficción, no sólo de época, también pegada a nuestro tiempo. Que crea en la inteligencia de los niños más allá de los programas infantiles condescendientes. Que confíe en las entrevistas que escuchan, repreguntan y hasta sonríen, incluso en prime time.

Que apueste por la música no sólo en Navidad. Que arriesgue en formatos que otros no se atreverían a consumar. Que no vaya a rebufo de las privadas. Que aprenda de su historia. Que divulgue su propia historia, que en el fondo es la nuestra. Que no intente reproducir todo el rato éxitos de su pasado que ya ha pasado. Que tenga un segundo canal sin síndrome de inferioridad; si los grupos privados tienen dos canales generalistas potentes (Mediaset: Telecinco y Cuatro / Atresmedia: Antena 3 / La Sexta), ¿por qué no contar con dos cadenas, La 1 y La 2, con sus identidades marcadas pero ambas con fuerza?

Que no se dé la espalda a los jóvenes. Que se aproveche el talento de dentro de la casa. Que preserve su fondo documental. Que se investigue en nuevas narrativas, y no sólo en soportes interactivos, también en la tele... y la radio. Que puedan existir programas con su dosis de autocrítica y mala leche y favorezcan que la audiencia sea menos susceptible. Que se apueste por ficciones de autor, y por cine novel, más allá de los directores de siempre. Que se impulse el género documental de producción propia. Que se divulguen las realidades de las minorías en la programación habitual, sin ser relegadas a formatos propios que en realidad sólo excluyen más.

Que te digiera el caos de impactos informativos y aporte una mirada propia. Que no se quede en la superficie (y las frases hechas). Que se produzcan grandes espacios de entretenimiento donde mande la creatividad, porque el entretenimiento también es importante. Que se dé libertad a guionistas, realizadores, productores sin obsesionarse con clonar lo que hacen los de la competencia. Que no se tenga pavor a crecer e innovar. Que se inspire al espectador. Que triunfe la imaginación.

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