OPINION

La televisión hipster: así sería la programación ideal en tiempos de postureo

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Vivimos inmersos en las redes sociales. Es tiempo de acumular muchas vivencias pero también de compartirlas, a ser posible... dando envidia. Es una nueva era, en la que parece que lo más prioritario es proyectar una determinada imagen de nosotros mismos, una imagen que mole, que sea cool.

No es raro, por tanto, que en los últimos años haya irrumpido, coincidiendo con la explosión de redes como Instagram o Tumblr, una tribu urbana cada vez más extendida en gustos y tendencias: los hipsters. Los modernos, vaya. Y con ellos, sus gafas de pasta, sus atuendos vintage o sus barbas perfectamente desaliñadas.

Con los nuevos hábitos ligados a las redes sociales, tampoco ha tardado en acuñarse un término que resume muy bien este panorama: postureo. ¿Y qué es el postureo? Pues consiste básicamente en hacer alarde en las redes sociales de #cosasquemolan. Da igual que en realidad no te guste demasiado tal película o tal cantante, el objetivo es quedar bien, ser guay. Prohibido decir que escuchas a David Bisbal; mola más declararte fan acérrimo de Vetusta Morla. Tampoco es popular decir que tu peli favorita es Dos tontos muy tontos; mejor asegurar que mueres por la última obra maestra de Xavier Dolan.

Con la televisión ocurre tres cuartos de lo mismo. Y en realidad ha pasado siempre. ¿O no llevamos décadas escuchando a la gente decir a boca llena que lo que más ven en la tele es los documentales de La 2? ¿No es esto puro postureo? Esos documentales deberían acumular abultados shares si hiciéramos caso a las encuestas. Porque claro, los documentales nos hacen parecer interesantes. Sálvame o Gran Hermano... no tanto.

¿Pero qué pasaría si nuestras cadenas también apostaran por el postureo extremo en su programación? Probablemente, en Los desayunos de TVE sólo se serviría café de Starbucks, Josie sería tronista en Mujeres y hombres y viceversa, Arguiñano cocinaría cupcakes absurdos, Mariló Montero engordaría y vestiría estrafalariamente para parecerse a Lena Dunham, los Supersingles cantarían canciones de Love of Lesbian o Zahara en Qué tiempo tan feliz y los protagonistas de La que se avecina se mudarían a un edificio en Malasaña. Eso sí, Viajando con Chester o En el aire se quedarían como están, que ya tienen mucho de postureo. De hecho, Berto ya ni lleva cristal en las gafas.

Mario Vaquerizo estaría en todos los programas. Bueno, eso ya sucede. Y el espíritu de Alaska y Coronas contagiaría las parrillas de las cadenas generalistas, con mucho arte, mucha cultura y mucha Najwa Nimri. Series como El fin de la comedia (actualmente en Comedy Central) se emitirían en prime time generalista junto con lo más cool de la ficción americana: Girls, True detective, Mad men, Portlandia... Nada de Juego de tronos, que ya es demasiado mainstream. ¿El cine? Sólo europeo, en versión original subtitulada y a ser posible antiguo, con ciclos constantes dedicados a la nouvelle vague o el expresionismo alemán.

Lo chanante también estaría muy presente. Joaquín Reyes y Venga Monjas harían todos los programas de humor, con los sketches protagonizados por Ernesto Sevilla y Carlos Areces. Se fomentaría la producción de #littlesecretfilms con largos y plúmbeos planos secuencia, y directores como Carlos Vermut o Javier Rebollo serían los más disputados. Actores como Javier Botet e Ignatius Farray y actrices como Rocío León o Alba Messa coparían los repartos de las series.

Sería una televisión con filtros de Instagram que no vería casi nadie pero de la que se presumiría a fuerza de hashtags. Es más, los ganadores de los realities se decidirían por volumen de seguidores en Twitter y el conflicto giraría en torno a quién te ha unfolloweado, comprobando bien los datos mediante Fact Check. Aunque, posiblemente, con este percal, gran parte del público huiría a ponerse el DVD de Dos tontos muy tontos o hasta echaría de menos, aunque fuera un poco, a Rosa Benito y a Belén Esteban. Y el polígrafo de Conchita, claro.

Ni una cosa ni la otra. Ni todo choni ni todo hipster. Ni todo Sálvame ni todo Buenafuente. Aunque algo sí es llamativo dentro del fenómeno hipster: al fin y al cabo y paradójicamente, los modernos, con sus camisas de cuadros, reinvidican lo viejo, lo desfasado, lo vintage. Y de la tele vintage siempre hay que aprender con constructivismo, como hacía Alaska y Coronas, quedándonos con lo más sabio y lúcido de ella para avanzar hacia la televisión del futuro. Porque como diría un hipster, el futuro es bien.

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