OPINION

El periodismo, el Twitter y la histeria colectiva

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Twitter es una poderosa ventana a la información. No sólo como plataforma de acceso a contenidos o noticias, también como vía de participación e incluso útil púlpito para la pataleta o la protesta.

Twitter se construye entre todos los usuarios, sin fronteras ni clases, un valor añadido de nuestro tiempo, como punto de encuentro abierto al debate plural, vivo y creativo sin aparentes cortapisas. Pero existen cortapisas. Y peligrosas.

Porque el peor enemigo de Twitter es... Twitter. La red social se mueve a una vertiginosa velocidad, con una intensidad que abruma hasta descolocar. Una vorágine histérica y precipitada que, muchas veces y ante asuntos especialmente polémicos, anula cualquier dosis de esa templanza, moderación y sensatez que son necesarias para analizar con perspectiva y rigor la rabiosa actualidad. ¿En Twitter todo se magnifica como en Gran Hermano? Algo así.

Y dentro de esa exaltación que producen los temas más sensibles, lo que en principio es un valeroso foro de intercambio de informaciones y puntos de vista se transforma en una herramienta perfecta para lanzar titulares sectarios o interesados, que no son del todo ciertos o que incluso buscan confundir adrede. Difama que algo queda: es una consigna perfecta para la red del pajarito. Y es que en Twitter queda, y mucho, pues la celeridad con la que fluyen (y se expanden) los contenidos no deja tiempo, en muchos casos, a expresar una opinión mínimamente reposada o asimilar con perspectiva lo que de verdad bulle entre retuiteo y retuiteo. Es muy fácil caer, de hecho, y compartir una información errónea. Pocos usuarios han podido evitarlo. ¿Cuántas veces se ha dado por muerto a alguien que en realidad está vivo y coleando? ¿Cuántos bulos se difunden cada día?

El periodismo, en este sentido, debe ser, ahora más que nunca, clave para digerir tanto caudal informativo en unas redes sociales en lo que no todo está contrastado. No todo es cierto, ni mucho menos. Y muchas mentiras se pueden convertir en verdades a fuerza de retuiteos. Y esto además, muchas veces, no es fruto de la dinámica misma de la red social, sino que también hay gente, con nombre y apellidos, interesada en que determinadas falsedades parezcan ciertas. Y se sueltan las libres. O se tiran las piedras y se esconden las manos.

En esta tesitura, son los medios los que han de erigirse como guardianes de la verdad, pero lo que está ocurriendo, en cambio, es que los medios también sucumben a la tentación de la rapidez del multi-impacto tuitero. Cada vez están más obsesionados con las audiencias que surgen de las redes sociales, estudian los trendings topics y examinan lo que funciona viralmente y lo que no, jugando en la liga de esa vorágine tuitera que se queda en la superficie simplista y pobre y no intenta poner el foco en las causas y circunstancias de los hechos. De cualquier tema. Ya sea corrupción, imputación, tuits inadmisibles o indignaciones colectivas. Ahora Twitter y sus pantallazos llenan horas y horas de televisión, del magazine al Telediario, aunque el tema no dé más de sí. Si lo dice Twitter, parece que ya es noticioso.

En 2015 vivimos aparentemente multi-informados, pero ¿estamos realmente informados? ¿Accedemos a información de calidad o nos perdemos entre tanto enlace con cebos sensacionalistas buscando llamar nuestra atención de manera desesperada? ¿Contamos con las armas adecuadas para la reflexión serena a la hora de crearnos una opinión sobre tantos y peliagudos asuntos que nos incumben cada día? La respuesta a estas tres preguntas depende, en última instancia, de la capacidad de cada usuario para discernir entre lo esencial y la morralla. Y es el periodismo el que tiene la responsabilidad de enfocar, ordenar y dar luz a lo que pasa y se habla en Twitter.

Twitter fomenta la información basura, el Telediario fast-food, pero el periodismo debe relativizar para separar lo relevante de lo irrelevante, lo noticioso de lo que solo es humo, lo ético de lo inflado. Y ha de evitar el efectismo fácil que busca el retuieto multitudinario y que deja fuera de las escaletas asuntos cruciales.

En definitiva, Twitter parece periodismo, pero no lo es. Sólo es el cauce que, bien usado, es una buena herramienta periodística. Aunque a veces nos mareen en el camino. O cueste mucho encontrar la aguja en el pajar.

@borjateran

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