OPINION

'Gran Hermano': así manipula tus emociones

GRAN HERMANO EXPULSION KIKE
GRAN HERMANO EXPULSION KIKE

El morbo por el conflicto que surge de la convivencia. Esta podría parecer la razón principal y a simple vista del éxito del formato de Telecinco, pero no: cada gala de Gran Hermano es un tetris de piezas que encajan al milímetro para engatusar la emoción del espectador y evitar que cambie de canal. O, al menos, lo intentan a toda costa y con sus mejores armas.

El enganche de fieles y curiosos parece permanecer intacto tras dieciséis ediciones. GH no baja la guardia a la hora de inducir y propiciar conflictos entre los concursantes. Y, una vez creados, hay que contar esos conflictos a la audiencia. Es aquí donde el programa sigue siendo poderosísimo, con vídeos que resumen y ordenan lo acontecido en la casa sin miedo a incorporar constantemente zooms que generan tensión. No importa que, con tanto zoom, hasta la imagen pierda calidad. Al contrario, estos movimientos digitales de cámara impulsan y amplifican cada rifirrafe. Así, también cada pieza del programa incorpora movimiento. Incluso con el grafismo, que se mueve para no dejar que el ojo se distraiga.

El resultado es un hipnótico discurrir de zooms que van y vienen y de planos que se amplían para recalcar el conflicto aunque, en realidad, no sea para tanto. Una táctica que cobra más fuerza aún con los golpes musicales. Las reacciones se marcan con 'chimpunes' de sonido (¡chan!) que favorecen una exaltación máxima del instante en cuestión, ya sea una mirada, una reflexión o una mala respuesta. También durante la emisión en directo de cada programa, como sucedía en formatos como Crónicas Marcianas, las músicas y los soniquetes no dan tregua al espectador, intensificando entre el público la sensación de que está ocurriendo una historia apasionante. Sin olvidar esos otros vídeos que son prácticamente videoclips para promocionar tal o cual canción y que son perfectos para narrar tramas amorosas o de amistad rara como la de Han y Aritz en esta edición.

El montaje de Gran Hermano bebe de las fuentes más básicas de la narrativa del culebrón sudamericano o de programas sensacionalistas como el latino Primer Impacto o el español Equipo de Investigación con Gloria Serra. Todos tienen en común la necesidad de atrapar la atención de quien mira e impedir que escape o haga zapping. Y, con los años, GH ha perfeccionado y creado tendencia en este estilo efectista. Si comparamos un vídeo de esta edición dieciséis con uno de la edición primera, poco parecido encontraremos.

Pero lo que no ha cambiado es el conflicto como base esencial del reality. Y todo vale para que no decaiga. Otro gran acierto del concurso en la actualidad es que el audio del público en la grada del plató siempre está activo. Ese público lo vive, reacciona, aplaude, abuchea. Lo siente con pasión y eso va salpicando el fondo sonoro de toda la emisión. El programa es avispado al no silenciarlo. Más aún, con las conexiones con la casa. Los propios participantes escuchan las reacciones del gentío en la grada del estudio de Telecinco cuando se anuncian las nominaciones. Sus caras responden y sus mentes empiezan a crear teorías conspiranóicas.

El formato manipula a los concursantes y nos manipula como espectadores. Pero ahí radica su gracia, su maestría y su inteligencia. Sigue siendo el reality por antonomasia, el pionero en el que se han inspirado los demás. Por eso debe ir por delante, innovando para evitar el desgaste hasta no se sabe cuándo. Si en el año 2000, la noche que expulsaron a María José Galera, nos hubieran dicho que quince años después seguiríamos viendo el programa y la expulsión de un tal Quique, difícilmente habríamos dado crédito. Pero ahora ya no cuesta tanto imaginar un 2025 con un Gran Hermano 26. ¿Nos alegramos o nos echamos a temblar?

@borjateran

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