OPINION

Goya 2016: lo peor, lo terrible y lo mejor de una gala arrítmica

dani rovira goya truco de magia 2016
dani rovira goya truco de magia 2016

Tenemos un pequeño problema. Esto de la gala de Los Goya parecía que iba a mejor en los últimos años. Pero no, la gala de este 2016 ha suspendido. Desde 2010, con la primera ceremonia de Buenafuente, habíamos aprendido que lo mejor era crear un formato televisivo propio, que no se obsesionara con imitar entregas de premios americanas. Pero, en este 30 aniversario, de nuevo, la Academia se ha obsesionado con el número musical de arranque. Como si fuera una gala de galardones de teatro musical, al estilo de los norteamericanos Tony, con truco de magia incluido. Pero copiar una cosa, sin saber copiarla, es siempre un quiero y no puedo.

Hasta Dani Rovira se desvaneció del escenario, como Neil Patrick Harris en los Tony, gracias a un asombroso truco de magia de Jorge Blass. Lo malo es que ese inicio pretendía ser un gran número musico-teatral pero que, en su ejecución, no casaba con las narrativas televisivas actuales. Transmitía un espectáculo retro y no bien ensayado. Cutre, vaya. Y si no empiezas en alto, busca otra forma de empezar, porque el inicio siempre marca la pauta de la gala.

El teatro donde se celebra el evento tampoco acompaña con las condiciones adecuadas para un sarao de estas características. Un escenario muy limitado. Con una escenografía funcional y elegante, sí, que aprovecha y agranda el ajustado espacio, pero que causa indiferencia. Y es que el decorado es intercambiable. Podría ser de una gala de Eurovisión, de un Telepasión, de la gala de Nochevieja o incluso de la serie Dreamland (por el exceso, por momentos, de humo).

En lo visual, volvió a faltar más carisma, más identidad propia, más esencia de gala cinematográfica. En estos treinta años de Goyas, hemos tenido escenografías legendarias, como cuando Rosa María Sardá convirtió el Palacio de Congresos de Madrid en un plató de cine, con sus cámaras, su grúa, sus paredes de mentira, sus bambalinas.

Eso sí, la buena idea, muy a valorar, de la puesta en escena de esta edición es que se han atrevido, por fin, a retirar los atriles. No son necesarios. El público quiere ver a los premiados en todo su esplendor, con sus mejores (o peores) galas. Aunque estos no sepan donde apoyarse.

Por suerte, los monólogos de Dani Rovira pusieron cierto remedio a todos los males del extraño arranque musical a lo High School Musical cañí y a los sucesivos trucos de magia. Tras un fallo de micrófono, que dejó a Rovira en un incómodo silencio del que salió con soltura, el cómico hizo uso de su habitual arte en el monólogo para todos los públicos. Un acierto el hecho de caminar por el patio de butacas, entremezclándose e interactuando, con una gran proximidad, con los verdaderos protagonistas de la noche: los actores.

No obstante, el guion estuvo peor hilado que el año pasado y no todos los chistes funcionaron. Su punto fuerte estuvo en el entreacto, en el que Rovira intercambió pullas con los representantes políticos, los otros protagonistas de la noche.

Destacó Antonio Resines como presidente de la Academia de Cine, con su particular humor, rompiendo con los encorsetamientos de la gala aunque no precisamente innovando en su discurso. Y chirriaron eso violentos momentos en los que se cortaban de cuajo los agradecimientos de los premiados que excedían su tiempo. Especialmente violento fue el corte a Natalia de Molina, Goya a la Mejor Actriz. Detalle feo pero entendible: el escaso sentido del espectáculo de muchos de los ganadores y las gracias eternas siguen siendo el mayor lastre de esta gala en lo que al ritmo se refiere. Y, claro, luego al final hay que ir con muchas prisas por todo el tiempo que se ha gastado en la primera mitad.

En cuanto a la realización, en TVE son unos maestros. Pero no se pueden permitir llegar tantas veces tarde a los planos de reacción en el patio de butacas. No es tan complicado que las cámaras sepan dónde están sentados los protagonistas a los que va a nombrar Rovira (marcados en guion), para así evitar, por ejemplo, ese plano desenfocado de Pedro Sánchez. En eso no hay excusas.

Además, otra cosa en la que nunca aprenderemos: lo feos que quedan esos planos con butacas vacías alrededor, de gente que se ha ido, está en el baño o presentando premios. ¿Tanto cuesta llenarlas con figurantes como hacen los americanos?

Pero sí que la emisión visual ha sabido salir airosa a nivel general, a pesar de constantes problemas de sonido y las limitaciones del caos que supone realizar la gala en el espacio de un teatro que no es un teatro: es un salón de actos de un hotel en el quinto pino. Perfecto para una convención de ejecutivos, no para un espectáculo televisivo. Y ese es un fallo, pues el cine español debería acercar más sus premios a la gente, al corazón de la ciudad, haciendo más partícipe a la ciudadanía de una ceremonia que debe huir de las endogamias de amiguetes.

Por suerte, la emisión paralela de rtve.es abrió, por segundo año consecutivo, los Goya a la gente. Lo hizo a través de los #GoyasGolfos, una retransmisión pirata que refleja el lado más lúcido y gamberro de la cadena pública: consciente de su tiempo, interactuando en directo con los espectadores, aprovechando las posibilidades de las redes sociales y realizando una contra-retransmisión sin miedo a saltarse los límites del extremismo de lo políticamente correcto, atreviéndose a hablar con una complicidad apabullante con el espectador. En definitiva, jugando con la televisión.

Y ese es el mejor porvenir de los Goya: jugar con la televisión para acercar el cine rompiendo con los convencionalismosde unas galas de premios y sobre todo en años como este, en el que las películas nominadas no eran precisamente las más taquilleras o conocidas por el público.Faltaron, por tanto, momentazos, espontaneidad, ironía, emoción (¡menos mal que estuvo Daniel Guzmán tan a flor de piel!) y, sobre todo, sorpresa. Son los ingredientes necesarios para atrapar al espectador independientemente de que haya visto o no los títulos nominados. Y este año el menú ha vuelto a saber soso, nada compacto y olvidable. Los Goya han cumplido treinta años, pero aún parecen adolescentes inseguros con mucho que madurar.

Los motivos por los que los Goya de Buenafuente son los mejores hasta la fecha

@borjateran

Y ADEMÁS…

Los trucos televisivos de Ellen DeGeneres en los Oscars

Las 7 diferencias entre los EMMY y los premios de televisión en España

15 icónicos momentos de la historia de los Oscars

Lo que debemos aprender para Los Goya

La gran mentira de TVE

Mostrar comentarios