Sencillo, travieso y con la desternillante fuerza de la imprevisible espontaneidad real. Así es el mejor gag para triunfar en la tele. No hace falta perderse en fanfarrias, simplemente basta con dar en la diana de una buena idea. Eso es lo complicado, claro. Pocos lo consiguen y Johnny Carson fue quien logró uno de los golpes de efecto más sublimes de la historia de la comedia televisiva.
El mítico maestro de ceremonias del late night por excelencia, Tonight Show de la NBC y la persona que más noches lo presentó (4.531 episodios durante 30 años), inventó este tipo de formato copiado hasta la saciedad con su fórmula de entremezclar entrevistas y humor.
De hecho, a pesar de todos los programas existentes de estas características, dos décadas después de su retirada de la pequeña pantalla y tras once de su muerte, los norteamericanos no olvidan a Carson por su inimitable instinto de la comedia. Sólo hacía falta el crujir de una patata frita para descolocar al invitado y generar la carcajada cómplice en la audiencia.
Sucedió el 16 de octubre de 1987 cuando una coleccionista de patatas fritas con formas curiosas (incluso con parecidos razonables a diferentes personajes icónicos, como Snoopy) mostraba su preciada colección a Carson. Una surrealista afición la de esta señora que se transformó en la protagonista inconsciente del sketch. La estampa de su rostro absorto, al escuchar a Carson masticar una patata y sentir que estaba destruyendo una pieza de su antología, ejemplifica lo que significa construir el mejor gag. Ese era el superpoder de la mejor televisión: la sencillez de la naturalidad. Esa que no se prefabrica. Esa que surge de no desvelar al invitado lo que va a pasar. Esa en la que los protagonistas disfrutan el giro de guion al mismo tiempo que el espectador.
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