OPINION

El Grand Prix del Verano: motivos por los que un programa tan loco nos marcó tanto

RAMON-GARCIA-GRAND-PRIX
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Concursantes disfrazados de bolo gigante, vaquillas de renombre con rima ("Gerarda, la vaquilla que más farda", "Trompetera, la vaquilla cocinera", "Consuelo, la vaquilla modelo" ), alcaldes intentando ganar votos promocionando su pueblo junto a un padrino famoso y un lote de bombillas Osram como codiciado premio.

En efecto, El Grand Prix del Verano (TVE, 1995-2005) tenía todos los mimbres para ser un disparate. Pero, en cambio, marcó a varias generaciones como un programa esencial para nuestra historia de la televisión. Tanto, que once años después de su final, seguimos echándolo de menos.

Porque El Grand Prix se realizó en un contexto en el que no se forzaban los castings de los programas dentro de artificiales cánones que se suponen correctos para camelar las audiencias. No se diseñaban los equipos por un calculado elenco de perfiles buscados para engatusar la emoción del espectador. Que si el guapo de manual que no sabe donde está Australia, que si la abuela simpática, que si los hermanos que aún no conocen que son hermanos...

Simplemente eran vecinos jugando con ilusión por su pueblo. La televisión era importante, pero no lo más importante. El público disfrutaba descubriendo o reconociendo esos lugares mientras veía como sus habitantes se pegaban trompazos al estilo de Humor Amarillo. Aunque con una diferencia clave con Humor Amarillo: El Grand Prix contaba con dos gradas abarrotadas de naturales de los pueblos, que vivían con emoción real las pruebas que se estaban produciendo en el inmenso plató grande de los ya desaparecidos Estudios Buñuel.

Vitoreaban, animaban e incluso se decepcionaban. El programa transmitía verdad y pasión. Ramón García ponía la guinda al espectáculo con su hábil capacidad de llevar las riendas del show sin necesidad de pinganillos. Sólo bastaba su complicidad con el espectador y su revoltosa capacidad de ironizar con los tropezones de los participantes en la piscina de los "troncos locos" o los famosos a los que explotaba el megahinchado globo de la "patata caliente".

De ahí que El Grand Prix conectara con los niños y menos niños. Porque sus pruebas y el propio Ramontxu desprendían ese componente de travesura constante. Con los concursantes, con los invitados y con los indomables alcaldes.

Era la televisión que protagonizaba la gente normal, de la calle. Más allá de vídeos con cebos para marcar en la cabeza del espectador la tensión durante la emisión, más allá de dramáticas polémicas e historias sensibleras, más allá de fomentar la competición o el sufrimiento por encima de todas las cosas. No era necesario para tocar el 30 por ciento de cuota de pantalla. En El Grand Prix el público se quedaba enganchado porque lo importante era la inocente ilusión por participar. Y disfrutarlo. Y eso se contagiaba. Porque era la televisión que aún no había perdido toda la ingenuidad.

¿Funcionaría El Grand Prix del Verano hoy?

Se han realizado varios intentos de recuperar la esencia de El Grand Prix con programas de gran formato, como Guaypaut o XXS. El problema ha estado en que este tipo de productos evidenciaban demasiado que estaban enlatados, no se rodaban en España y contaban con unos participantes menos identificables por parte de la audiencia.

El público español premia los programas con percepción de directo, aunque no lo sean (El Grand Prix era grabado pero imitaba a una gala que se desarrollaba en tiempo real). Además, se cimentaba en un reconocible aporte sociocultural y una estructura de guion muy característica, que complementaba las pruebas físicas, los personajes populares y las preguntas culturales en el colofón de tensión final del show.

Unos ingredientes que modernizados, sin perder la esencia de la idiosincrasia nacional, podrían volver a triunfar en la televisión de hoy, sobre todo si la fórmula del Grand Prix regresara impregnada de la dosis de corrosión necesaria para provocar la catarsis colectiva de reírnos de nosotros mismos y nuestras peculiaridades. Falta nos hace.

@borjateran

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