OPINION

Lo complicado de hacer buena televisión

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Telebasura. Caja tonta. Tantos canales y nada interesante que ver. Todo es mentira. Cutre. Sin ritmo. Aburrido... Son muchas las expresiones y abundantes los adjetivos para despreciar lo que emiten nuestras televisiones. Hay un tipo de espectador que siente una especie de superioridad observando y analizando la televisión. En el sofá. En Twitter. Donde sea. Porque, como sucede en el fútbol, todos creemos saber de televisión, incluso parece que todos tenemos la varita mágica para crear éxitos y todos, a la legua, somos capaces de prever los fracasos. Pero opinar de televisión es fácil, lo complicado es hacer televisión.

No existe una ciencia exacta para conseguir un éxito en la pequeña pantalla. De hecho, ese probablemente sea el problema que han interiorizado muchos directivos de la televisión de hoy: ante la falta de esa ciencia exacta, se centran demasiado en datos numéricos y con ellos se dedican a clonar fórmulas supuestamente testadas en el pasado. Olvidan que, a menudo, triunfar requiere intuición, riesgo y capacidad para contar historias con carácter propio. Pero esto también es fácil de decir y muy complicado de lograr.

Dar con la tecla mágica que genera un éxito televisivo es una tarea ardua, inhóspita, poco agradecida. Más aún cuando la televisión requiere un tiempo de cocción que pocas veces permiten las frenéticas dinámicas de la industria audiovisual actual. Hay programas que empiezan mal pero podrían llegar a funcionar si se les permitiera mejorar, crecer, evolucionar y aprender de errores iniciales. Pero esto ocurre muy pocas veces. Porque los formatos normalmente ya son sentenciados en su primera o segunda emisión. La instantánea batalla de las audiencias casi siempre impide desarrollar formatos con el recorrido que necesitan. Si no triunfa desde el minuto uno, enseguida aparece la sombra de la cancelación.

Y, mientras, todos opinamos. Desde casa o en las redes, nos preguntamos: ¿cómo pensaron que tal o cual programa tan malo podría funcionar?, ¿por qué se le dio luz verde si nosotros vemos tan claro que es un percal? Obviamente, nadie quiere fracasar. Los programas nacen porque alguien, con mayor o menor perspicacia, cree firmemente que pueden cuajar. Y sus responsables normalmente ponen su trabajo, su empeño y su talento al servicio de conseguir el mejor resultado. Es decir, nadie quiere batacazos, todo el mundo ansía hacerlo bien. Pero es que hacerlo bien es lo complicado.

Por eso, cada temporada, es mayor el número de fracasos que de éxitos. Constantemente, vemos programas que cuentan con los ingredientes aparentemente adecuados e incluso sus artífices son profesionales que han sabido hacerlo muy bien en otras ocasiones. Y sin embargo fracasan.

Porque un éxito depende de demasiados factores, muchos de ellos intangibles o impredecibles. La magia televisiva se produce cuando convergen elementos que en muchas ocasiones son imposibles de prefabricar. Es lo que quita el sueño y provoca quebraderos a mandamases de las cadenas, directores, guionistas...

Todos los programas de televisión, incluso los peores, cuentan con un trabajo detrás del que aprender y que valorar. Pero no siempre lo hacemos. Derribamos con enorme facilidad lo que no funciona o no nos gusta. En menos de 140 caracteres. Y exigimos que lo hagan mejor, que se lo curren más...

Porque así es la fiesta de la televisión: las luces de colores y las fanfarrias de los platós hacen que parezca sencillo lo que, en realidad, no lo es. La tele tiene una trastienda complicada, repleta de frustraciones, de inestabilidad laboral, de batallas derrotadas, de ideas abortadas y de aspiraciones rotas. Pocas veces hacemos el ejercicio de empatía de ponernos en la piel del que está al otro lado, del que intentó hacer un buen programa... pero, por lo que sea, no le salió bien.

@borjateran

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