OPINION

TVE cumple 60 años, ¿y ahora qué?

TELEVISION-ESPAÑOLA
TELEVISION-ESPAÑOLA

Así ha amanecido, este 28 de octubre de 2016, el edificio del madrileño Paseo de la Habana en el que nació la televisión en España. Hoy hace exactamente 60 años. En 1956, unos banderines asomaban en sus ventanales para recibir al Ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, quien fue responsable de arrancar aquella primeriza cadena estatal. Lo hizo con un discurso que repitió hasta tres veces, pues los novatos cámaras no lograban filmarlo bien. Franco no quiso acudir a la inauguración porque no confiaba mucho en este invento. Todo un visionario.

Ahora, ese primer plató de la televisión en España está cerrado, vacío, sin rastro de aquella rudimentaria televisión que cobijó. Sólo se intuye, en su fachada, la marca que dejaron los letreros luminosos de las contundentes iniciales del antiguo logo de RTVE, que sobreviven con fuerza al paso del tiempo.

Aquel 28 de octubre de 1956 sólo había 600 televisores en nuestro país. El parto de la primera cadena, con una emisión con misa y un popurrí de bailes, fue sigiloso. Pocos sabían lo que era la tele y nadie intuía lo que llegaría a ser. Sin embargo, nacía un electrodoméstico mágico que iba a suponer una gran oportunidad para el desarrollo de España. Un país que hasta entonces sólo había visto el mundo en movimiento a través de la artificiosa propaganda del noticiario No-Do, pomposo y rimbombante altavoz de la dictadura.

Pero la televisión, con la energía del directo, venía cargada de fisuras para esquivar la censura y retratar una pluralidad de miradas a la que no había tenido acceso la sociedad de entonces. La tele llegaba para modernizar el país, casi sin que el país se diera cuenta. Así, TVE se convertía en una plataforma para los creadores, para la cultura y para despertar la curiosidad del público a través de un universo antes inaccesible.

Rápidamente y a pesar de la dictadura, la televisión pública se consolidó, sin saberlo, como un transparente espejo de lo que éramos, de lo que somos. Lo ha sido siempre: reflejando en sus contenidos la esencia de cada instante vital del país.

En estos 60 años, la programación de TVE siempre ha representado el momento exacto de esta España viva y esta España muerta, como cantaba Cecilia. Cuando la ciudadanía empezaba a sentir la libertad; cuando el premio más soñado en el Un, dos, tres era una cocina equipada; cuando poníamos el pie en la puerta de La Cabina para que no se cerrara y nos pasara como a José Luis López Vázquez; cuando nos sonrojábamos con el destape y los rombos; cuando íbamos de paseo en un auto feo pero no nos importaba porque llevábamos torta; cuando movíamos el esqueleto con la edad de oro de la música; cuando fumar en el plató daba caché; cuando la bonanza económica permitía maratonianas galas de fin de año; cuando no había miedo a la transgresión y cuando había miedo a la transgresión. Cuando tantas cosas.

Da la sensación de que el gran problema de la TVE de estos últimos cinco años, en los que ha perdido su liderazgo de audiencia, radica en que su política de programación ha propiciado una imagen en la que, por primera vez en décadas, el espectador no se ve reflejado ni representado. Pero, probablemente, esta identidad (o falta de identidad) de TVE ahora también define el momento en el que se encuentra nuestra incierta sociedad en 2016, con un claro empobrecimiento de la cultura propia, cada vez menos accesible para el gran público. Una sociedad en la que a menudo se confunde la palabra gasto con el concepto de inversión. Una sociedad que tiende al conservadurismo de la corrección política extrema.

Y, por eso mismo, es tan importante preservar y recuperar la esencia de TVE. Porque España será mejor con una televisión pública que tenga la intuición necesaria para agitar nuestra sociedad con producción propia diferente, arriesgada, creativa y valiente. Ahí está su porvenir, y el nuestro. Y no debería ser tan complicado: la creatividad y la valentía se encuentran en el ADN mismo de los 60 años de historia de TVE, por más que ahora cueste creerlo.

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