OPINION

La mentira de los aplausos en televisión: cuando el público también sigue un guion

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En televisión, la mejor improvisación es la está muy ensayada. Y los aplausos del público tampoco son siempre fruto del azar. Ya en los viejos shows de las cadenas norteamericanas, un cartelito luminoso avisaba del instante correcto en el que los asistentes debían ovacionar a su estrella. Ni antes ni después, no vaya a ser que rompieran el orden del monólogo o el gag. También sucede en España, aunque en la actualidad ya de poco sirven los letreros de luces, ahora se dirige al público casi como si fueran actores principales que dan vida a un guion. Es la manera de lograr que reaccionen cuando deben y no provoquen un silencio incómodo, que rompa con el ambiente planificado. Aunque no todos los programas siguen la misma estrategia. Existen cuatro formas de manejar el patio de butacas de un estudio de televisión en España (sin que la audiencia lo note demasiado).

1. El espectador autómata

Se trata de un público profesionalizado. Son personas que se apuntan a agencias de figuración y cobran (unos 10 euros por jornada) por hacer de espectadores en el estudio. Es su trabajo, así que acatan órdenes. Si hay que levantarse a aplaudir, se levantan y aplauden; si hay que soltar una carcajada, sueltan la carcajada como si fuera la interpretación cómico de su vida. En realidad son extras curtidos para ser un buen fondo de plano. Este tipo de público es habitual de los programas matinales (La Mañana de La 1, Espejo Público o El Programa de Ana Rosa), pero también suele ser llamado para talents shows como La Voz, en las galas grabados.

La contraindicación de contratar a público de agencia está en que, en verdad, no es público: están resabiados de sufrir horas y horas de grabación de programas y no gozan con un asombro genuino el show. Están ahí por obligación, no por devoción. Como consecuencia, el espectador desde casa capta que no se están divirtiendo y, además, que sus movimientos son realizados con cierto automatismo robótico, que evidencia desinterés y artificio. Este público siquiera está escuchando lo que sucede en el plató.

2. El director de orquesta

El público asiste a la grabación y se encuentra que, justo delante de su grada, se coloca un regidor-animador. Como si fuera un director de orquesta, esta persona va enfatizando cada una de las reacciones que debe surgir de su público. Lo hace con comunicación no verbal, fundamentalmente con gestos en sus manos y su expresividad facial. Cuando toca reírse, mira a la grada fijamente y gesticula una gran carcajada. Cuando toca asombrase, hace una "o" muy grande con su boca, que se transmite cual bostezo entre el respetable. Y, por supuesto, cuando toca aplaudir, marca el compás de las palmas con el vaivén de sus brazos y ya, después, sus manos frenan esa ovación en el instante adecuado. Sólo le falta la batuta.

Este procedimiento es el habitual de los programas clásicos, donde, normalmente, asiste público que no está habituado a la televisión y que se le va dirigiendo sutilmente durante el rodaje o el directo. Eso sí, antes, el propio regidor da instrucciones a seguir para que la escaleta avance sin sobresaltos.

3. El showman tras las cámaras

Este modus operandi es ideal para grandes formatos de entretenimiento que cuentan con una legión de fans. En este tipo de programas no hace falta contratar público "interpretado" por extras de agencia de figuración. De hecho, espacios como Tu cara me suena suelen tener cola de espera de seguidores acérrimos, deseosos de ver el show in situ. Aquí nadie cobra, acuden como el que va a una obra de teatro gratuita. Y el programa, en el caso de ser grabado, se intenta grabar como si fuera en directo, para mantener la atención e ingenuidad del público intactas.

El gran valor añadido de este perfil de público es que llegan pletóricos a disfrutar de show. Son fanáticos que acuden en actitud optima. No obstante, los asistentes necesitan un aliado que se encarga de mantener el hilo conductor y canalizar, adecuadamente, la energía. Se trata de una especie de maestro de ceremonias, con gran sentido del humor, que calienta motores antes de que empiece la emisión: explicando las medidas de seguridad del plató (como un azafato de vuelo), avisando de algunas acciones puntuales de la emisión que deban conocerse, realizando consejos estéticos (no mascar chicle o esconder las botellas de agua) y, sobre todo, amenizando la espera al arranque de la grabación.

El resto de la grabación este animador, como si fuera uno más, se coloca en una discreta esquina de la grada. El público se deja llevar por la experiencia de vivir el programa en directo, sin intermediarios que impongan demasiadas instrucciones. Sólo es necesario remarcar algún vítore, entonces, el mismo animador lo realiza y la gente se suma, si apetece. Y apetece, pues están viviendo el espectáculo como espectadores de excepción, sin un adiestramiento antipático. Sólo viendo lo que sucede en escena.

4. El presentador es el anfitrión

Esta es la táctica más infalible. La mejor estrategia para que el público quede persuadido por cada chiste o giro de guion, sucede cuando los propios protagonistas del espacio reciben a los espectadores asistentes, interactuando y bromeando con ellos. Así, desde antes de comenzar a grabar, el público ya se siente partícipe del programa. Esa complicidad, entre travesura y travesura antes del rodaje,  sumerge a los visitantes en el tono del formato y están dispuestos a vivir la experiencia como merece. Sin escatimar risa. Han ido a jugar. Y juegan. El regidor está más pendiente de los propios presentadores y actores durante la grabación que del público, al que vigilará de reojo.  David Broncano es perfecto para este cometido, metiéndose en el bolsillo al público de su programa Locomundo, de Cero, antes de empezar a rodar.

- Apartado especial. La risa de señora

Y, si se requiere un público que se ría a carcajada limpia, las cadenas saben que deben contar con señoras maduras. Ellas se ríen como nadie. En programas como Sé lo que hicisteis o Tu cara me suena nunca falla este perfil más mayor de público. Señoras que han aprendido a perder el sentido del ridículo, probablemente por la experiencia que otorgan los años, y que disfrutan sin complejos ni vergüenzas. Y en los platos lo hacen. Vamos que si lo hacen. Su risa es un ruidoso y exagerado virus pegadizo. Perfecto para una televisión de hoy que necesita evidenciar que también se disfruta dentro de la propia tele.

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@borjateran

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