OPINION

Terra: auge, caída y herencia

En estos días se cumplen diez años de uno de los acontecimientos más absurdos de la historia de la economía española. Me refiero a la explosión de la burbuja de internet que se llevó por delante a Terra Networks, la gran empresa de internet. Cientos de miles de españoles “de a pie” invirtieron sus ahorros a finales de los noventa y se pegaron el mayor tortazo de su vida.

Cuando me pongo a recordar aquellos meses, sacudo la cabeza y me pregunto cómo es posible que todos, y me refiero también a los periodistas, hayamos caído embrujados por una empresa que entonces era sólo humo.

Todo empezó cuando Telefónica compró una empresa llamada Olé por la que pagó una cifra desmesurada y la convirtió en Terra Networks. El presidente de telefónica era Juan Villalonga, y se le ocurrió sacarla a bolsa en noviembre de 1999. Las acciones salieron a un precio de unos 11 euros, y el primer día la cotización se disparó un 200%.Algo nunca visto.

Ese subidón fue impulsado por varios combustibles: en primer lugar, internet estaba de moda. De moda en España y en el mundo. Y en segundo lugar, sólo se colocó en Bolsa el 30% de Terra de modo que era un valor muy especulativo.

La prueba de que internet estaba de moda, es que todo el mundo invirtió sus ahorros en Terra, una empresa de la que nadie sabía bien qué diablos hacía. ¿Fabricaba camisas? ¿Daba servicios de hostelería? ¿Servía comidas? Era un portal que contenía un montón de cosas como noticias o buscadores, subportales financieros o de foros, pero la mayoría de la gente no sabía bien si eso era útil a la sociedad.

Para colmo de males, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, cambió sus reglas y permitió por primera vez que una empresa que perdía dinero saliera a Bolsa. Voy a repetirlo: Terra perdía dinero, y aún así, la CNMV le dio el visto bueno a este bluff. Hasta entonces, una empresa tenía que presentar tres años de beneficios para aspirar a entrar en Bolsa.

El 14 de febrero de 2000, Terra alcanzó su cenit pues las acciones ya se comerciaban a 157 euros. Era una de las diez empresas con mayor valor bursátil de España. Lo que a empresas de aceros, electricidad o petróleo les había costado muchos años, Terra lo logró en tres meses. Una bestialidad. Pero las proyecciones eran aún más elevadas. Me contaba uno de los principales directivos, que un día fue un banco de inversión suizo a hacerles una visita y proyectó una presentación donde se veía que la acción de Terra iba a alcanzar los 300 euros. “Nos quedamos boquiabiertos: estábamos sentados en una mina de oro”, me contó hace años este ejecutivo.

Era una época extraña.

Internet era un conjuro que al ser pronunciado por una empresa, conseguía que su cotización subiera como si le hubiera rozado la varita de Merlín. Por ejemplo, creo recordar que el diario Expansión publicó un día que Abengoa iba a lanzar una web. En cuestión de horas la acción de esta empresa subió un disparate. ¿Saben lo que hacía Abengoa? Agujeros en la tierra para tender cables. Y montajes eléctricos. La gente de Abengoa se quedó sorprendida del “efecto internet”.

Por aquel entonces, los periodistas económicos como yo contábamos alucinantes y bellas historias de esta gente audaz y barbilampiña de internet que tenía la varita mágica del futuro. Se podía decir que la historia de la humanidad estaba dividida en dos: antes de internet, y después de internet. Las nuevas generaciones sabían manejar estos instrumentos llamados portales o buscadores, sabían programar ordenadores, hablaban en html en lugar de castellano.

Sucedió algo más increíble todavía: los que tenían el dinero eran gente mayor y anticuada, pero los que tenían el conocimiento eran los jóvenes, algunos con poco más de quince años. Por eso, los más adinerados ponían montañas de dinero en algo que no comprendían bien, pero intuían que ese era el negocio del naciente siglo XXI.

Por todos lados del planeta tierra, se veían a banqueros canosos apretando las manos de jóvenes promesas de internet, a quienes compraban sus empresas por precios galácticos. Nadie se opuso a la corriente. Era la Nueva Economía. Por doquier se leían artículos de prensa que se reían de la moribunda economía hecha de “bricks and mortar”, ladrillos y cemento, la cual tenía que dar paso a los bits y a la belleza de los chips.

El fenómeno cogió vuelo a escala mundial hasta que un día de marzo de 2000 alguien se preguntó: ¿y verdaderamente estas cosas que vemos en una pantalla valen tanto?

Pues no. No valían tanto. Fue el 10 de marzo de 2000 cuando el Nasdaq, la bolsa de EEUU de valores tecnológicos empezó a derrumbarse: comenzaba a estallar la burbuja de internet, que se llevó por delante los sueños de riqueza de millones de ciudadanos de todas las edades. España siguió la terrible estela de pérdidas.

Jóvenes que habían puesto sus primeros salarios, jubilados que descargaban allí sus pensiones, ejecutivos, empresarias, estudiantes, familias y empleados no se creían lo que estaban viendo: las acciones de Terra fueron cayendo sin piedad a lo largo de los meses. Aun así, los ejecutivos de Terra pensaban que eso “era en EEUU y no nos golpeará en España”. En abril de 2001, Terra tuvo la osadía de comprar Lycos por 12.500 millones de dólares, a pesar de que un mes antes la bolsa americana ya apestaba a chip frito. En diciembre de 2001 la acción de Terra valía unos 25 euros. En 2004, Terra vendió Lycos por poco más de 100 millones de dólares. Al año siguiente, Telefónica la excluyó de Bolsa ofreciendo unos cinco euros a los pocos incautos que aún las conservaban.

Aquello fue nuestra fiebre de los tulipanes.

Este mismo fenómeno sucedió en Holanda en el siglo XVII. Un botánico se trajo de Turquía unas semillas de tulipán, una flor novedosa que se presentaba en colores fogosos y llamativos. Los holandeses se pusieron a comprar tulipanes como si encerraran la llave de la sabiduría, y como aquello subía de precio en cuestión de horas, hubo personas que empeñaron sus tierras, sus caballos y sus carros, sólo con el afán de ser más ricos. Sin mover un dedo. Hasta que alguien pensó que aquello era una locura y gritó el fin del conjuro: ¡vendo! Todos se pusieron a vender tulipanes hasta que el precio cayó a niveles irrisorios, dejando en la pobreza a miles de familias.

Terra fue un enorme tulipán. Su caída supuso el fin del capitalismo popular, pues quedó en la memoria de los novatos inversores que se prometieron no volver a meter la pata nunca más. Se dieron cuenta de que los ladrillos y el cemento eran un negocio más seguro. Entonces, dirigieron sus ahorros hacia estos monumentos reales, tangibles y visibles. No sabían lo que les esperaba.

Hoy Terra es un portal que ha renacido de sus cenizas. Tiene más de 12 millones de visitas al mes. En sus entrañas pervive Invertia, el portal financiero con los foros más fogosos del país. Ha integrado páginas amarillas, servicios de información, televisión y mensajes. No es desde luego, aquel mítico planeta donde iba a asentarse el paraíso de internet.

Lo paradójico de la historia es que Terra se adelantó a su tiempo: lanzó un portal de descargas de música, y fracasó. En cambio, Apple acertó años después con su iTunes.

También, Terra lanzó una plataforma de videojuegos on line, adelantándose a la xBox de Microsoft.

¿Cuál fue su error? Haber nacido de forma prematura, y haber pesado demasiados kilos al nacer. No había cuerpo que aguantara eso.

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