OPINION

Los perversos efectos del sillón-ball

No le den más vueltas: el reciente Premio Nobel de Economía lo ha recibido tres personas cuyos estudios concluyen lo siguiente: si das dinero para crear empleo, habrá empleo; si subvencionas el desempleo, habrá desempleo.

¿Una paradoja?

Es algo que ya he dicho en otros post y artículos. Un sistema que invierte un montón de dinero en sostener a los parados, es un sistema socialmente avanzado, pero laboramente ineficaz. ¿Por qué? Porque cuando un parado recibe 1.100 euros al mes, por ejemplo, y le ofrecen puestos de 1.000 euros, no los acepta.

No los acepta porque en tumbado el sofá gana más. Así de sencillo.

Ni siquiera si le pagan 1.300 se levantaría del sofá pues, ¿por unos cochinos 200 euros de más voy a dejar este delicioso sillón?

No es mentira. Es verdad. Pregunten a los empresarios: ellos les dirán que están cansados de ver esta situación. Ofrecen empleo y sueldo a mucha gente, pero si esas personas están recibiendo seguro de desempleo no se mueven. Quien tenga dudas, que vaya a la CEOE o a Cepyme y que pregunte.

Esa forma de reaccionar es nociva por varias razones: el trabajador se olvida de su oficio, y durante dos años se queda fuera del sistema. A la velocidad con que marchan las cosas, dos años son dos siglos. Para muchos, es quedarse fuera de la economía, pues en lugar de aprovechar ese tiempo para reciclarse (de albañiles a técnicos o especialistas en otra cosa), se rascan la barriga a lo grande. Dos años de sillón-ball hacen mucho daño.

Lo lógico sería aceptar un empleo, aunque estuviera peor remunerado, porque se este modo no se agota el seguro de desempleo sino que vuelve a correr el cronómetro. Además, si no se acepta un empleo ahora, no es seguro que dentro de dos años salgan oportunidades como setas.

En teoría, un parado debería aceptar un puesto de trabajo al instante, un puesto relacionado con su oficio. En la práctica, no sucede eso.

Y el premio Nobel de Economía a los norteamericanos Peter Diamond y Dale T. Mortensen, y al chipriota-británico Christopher Pissarides les ha sido concedido por "sus análisis de los mercados de búsqueda con fricciones". Dicho en castellano sencillo: por comprobar que cuanto más elevado es el seguro de desempleo, mayor es la tasa de paro y se dilata el tiempo de búsqueda de empleo, según informaba Efe.

Bah, pensarán mucho. Pura teoría.

Hace mucho años, para evitar estas averías, el gobierno alemán puso en marcha el plan Hartz. Su nombre procede del jefe de personal de Volkswagen, Peter Hartz, que luego fue consejero del canciller Gerhard Schröder, y le ayudó a revolucionar el Inem alemán  (Arbeitsamt) y el sistema de empleo.

Hoy el paro en Alemania es muy bajo. Una de las formas de combatir la crisis de 2008  fue permitir a las empresas que redujeran la jornada laboral de sus trabajadores en la misma medida en que caían sus ventas. Pero que no echaran a los trabajadores. El salario que faltaba a los trabajadores, lo completaba el estado durante un tiempo. Se le llamó "Kurzarbeit" (trabajo acortado). Es decir, el estado subvencionaba el empleo, no el desempleo. Tan sencillo, tan razonable, tan eficaz.

Por eso, cuando concedieron el premio Nobel a estos tres economistas, el diario alemán Die Welt tituló: "Premio Nobel a los principios fundadores del Plan Hartz". Es la prueba del algodón.

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