OPINION

La destrucción del sueño islandés (III parte): regreso a la edad del hielo

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Hace pocas semanas, el 9 de abril pasado, mediante una simple votación, el pueblo islandés se negó a pagar las deudas de sus bancos, y ese mensaje dio la vuelta al mundo. ¿Cómo? ¿Que no van a pagar sus deudas?

Para los románticos del planeta, atrapados como los islandeses en sus deudas hipotecarias, este gesto era un acto de colosal belleza. Pero los gobiernos y los bancos del mundo lo vieron de otro modo: si no pagas tus deudas, sencillamente no te prestaremos más dinero en lo que te queda de vida.

Dicho y hecho: las agencias de calificación financiera pusieron ese día la deuda soberana de Islandia en vigilancia negativa. Ya después de su gran crisis de octubre de 2008 estaba a la altura del bono basura (BBB), y con este empujón era como decir: y encima, unos roñosos.

Actuando como verdaderos Cobradores del Frac, los ministros de los países más afectados por esta decisión dejaron caer sus amenazas en los días siguientes. "Islandia aún tiene la obligación de pagarnos", dijo el ministro de Finanzas holandés Jan Kees de Jager.

El ministro de Hacienda británico Danny Alexander añadió que "tenemos la obligación de recuperar ese dinero, y nosotros continuaremos buscando hasta que lo que logremos".

Pero, ¿por qué eran tan implacables los gobiernos de Gran Bretaña y Holanda?

Lo que muchos románticos del mundo no saben que detrás de esa deuda bancaria de los ciudadanos islandeses no hay nombres y apellidos islandeses sino británicos y holandeses. Inversores que un día confiaron en la solvencia de esa pequeña isla. Y su caso es la parábola de la destrucción del sueño islandés.

Estos inversores pusieron su dinero (unos 5.000 millones de euros) en un banco on line llamado Icesave, algo así como Ahorro Islandés, aunque también podría llamarse Ahorro Congelado (porque Iceland en inglés significa tierra de hielo).

Este banco dependía del Landsbanki y prometía unos intereses elevados, mucho más de los que ofrecía cualquier país de la UE.

Unos 300.000 ahorradores británicos y holandeses dirigieron sus ahorros allí, pensando en lo gratificante que resultaría cobrar intereses de hasta el 6% al año, el doble y triple que en la UE.

Cuando se desató la crisis en octubre de 2008, este banco fue nacionalizado porque no tenía forma de devolver el dinero que mucha gente le había depositado. ¿Dónde estaba la pasta? Prestada a miles de islandeses, que con ella renovaron su parque automovilístico, compraron chalets de ensueño e hicieron viajes fascinantes a medio mundo.

Landsbanki no tenía dinero en efectivo para devolver los depósitos de modo que fue nacionalizado para evitar el pánico. Pero el pánico traspasó fronteras y los británicos y holandeses que habían metido su dinero ahí lo querían de vuelta. Y todavía lo siguen exigiendo. Ahora con más preocupación porque desde el pasado 9 de abril los islandeses han dicho 'no' en referéndum.

La conclusión es que el sueño islandés ha quedado destruido por ellos mismos: por sus bancos, por su codicia, por sus gastos, por la irreflexión de su gobierno, por la pasividad de su banco central. Fuenteovejuna en versión atlántica.

Los islandeses, carcomidos por las deudas que no pueden pagar y sin credibilidad internacional, han regresado a la edad del hielo. El PIB, que en 2007 había sido de 20.428 millones de dólares, hoy es de 12.594 millones. La tasa de desempleo, desconocida a principios de la década, supera el 8% de la población activa, según las estadísticas del FMI.

Este país fundado por marinos noruegos nueve siglos antes del nacimiento de Cristo, ahora no atrae capitales extranjeros, sino oleadas de periodistas que se esmeran en explicar cómo se puede arruinar tan rápido a 300.000 habitantes.

Nadie les quitará nunca los recuerdos de esa riqueza. Pero tampoco nadie, ni siquiera las urnas, les eximirá de pagar sus deudas a no ser que quieran vivir eternamente como unos apestados.

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