OPINION

Técnica de la revuelta popular

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Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen, Bahrein... ¿Se puede sacar un denominador común de esas revueltas? Es posible. Es lo que ha hecho sin saberlo el historiador Stanley Payne en su libro "La Europa revolucionaria" (Temas de Hoy). Dice, por ejemplo, que lo que movió las revueltas en los países europeos en los últimos tres siglos ha sido la expectativa de que las cosas podían mejorar. Y que esas expectativas crecían cuando el régimen imperante abría un poco la mano. La apertura permite a la población soñar con la idea de que las cosas se podían cambiar de verdad.

Pone como ejemplo la Francia de Luis XVI. Este rey fue más moderado que el régimen absolutista anterior de Luis XIV. Y a causa de esa moderación creció y estalló la Revolución Francesa.

"Es más posible que se registre una revolución una vez que las cosas han comenzado a mejorar que cuando están empeorando", dice Payne.

Para albergar esta teoría, Payne echa mano de un montón de estudios históricos. Uno de ellos, de James Davies, afirma que las posibilidades de una revolución aumentan cuando, después de un periodo de desarrollo económico y social, hay un acusado revés. El pueblo no quiere volver atrás. Tiene la expectativa de mejorar. Y por eso está dispuesto a revolverse.

Añade las palabras de Theodore Hamerow, quien afirma: "Lo que hace intolerable la situación económica no es el deterioro de las condiciones sino el incremento de las expectativas".

¿Se puede aplicar la fórmula a las recientes revueltas árabes?

Túnez y Egipto tenían un sistema socio económico más estable y mejor que otros países. De repente, las condiciones económicas empeoraron por la caída del turismo o de la inversión extranjera. El pueblo se revuelve cuando percibe que hay expectativas de que el régimen sea derrocado. De hecho, desafía al régimen con algunas manifestaciones. Y en este caso, el régimen no las reprime con violencia sino que responde con suavidad. Entonces, las expectativas de cambio comienzan a basarse en algo concreto y tangible. Cae el régimen. Eso a su vez crea un efecto contagio que crea expectativas de mejora en otros países árabes. A partir de ahí, los pueblos árabes se levantan en cadena.

La matanza de opositores que tuvo lugar en Siria la semana pasada ocurrió una vez que en presidente Bachar el Asad suprimiera el estado de excepción vigente desde 1963. Es decir, abrió la mano. Era su zanahoria. Pero en lugar de calmar a la población, ese gesto aumentó las expectativas de que se podía cambiar al régimen.

Payne cree que "solo en sistemas que han experimentado cierto grado de modernización" existen las condiciones de una revolución. Y luego, suelen desatarse de la misma manera: pérdida de apoyo de las élites (al poder), presencia de una intelectualidad levantisca, aparición de expectativas radicales, un régimen antiguo débil y dividido que pierde empuje. Túnez, Egipto y Libia han seguido el guión.

Y Siria va por el mismo camino.

¿Y Cuba y China? Esa es la pregunta.

Si se aplican las tesis recogidas por Payne, China se convertirá en un polvorín revolucionario si en lugar de crecer al 8%, lo hace al 2% o menos. ¿Veremos eso en los próximos años?

Y Cuba podría ser un huracán si el régimen pierde fuerza coactiva, y si las nuevas medidas liberalizadoras crean grandes expectativas de cambio y mejoría en la población.

A mediados de los noventa, Fidel Castro permitió la creación de pequeñas empresas y poco después, eliminó esa libertad. Esta es la segunda vez que el régimen abre la mano tan claramente desde entonces: parece una contradicción, pero eso podría ser la causa de su propio fin, si atendemos a las tesis de Payne.

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