OPINION

Filosofía de los impuestos

Si ahora escribiera que la administración tributaria de España es una de las más eficientes del mundo, muchos de ustedes apretarían el botón de borrar. "Eres tonto, chaval".

Eso sería como alabar a un dentista que nos cobra una factura desorbitada por sacarnos una muela sin dolor. La anestesia es tan dulce... Pero, diablos,  nos ha quitado parte de nuestro cuerpo que a lo mejor podríamos haber salvado.

Justo eso es lo que sucede con los impuestos. No pienso escribir el artículo demagógico contra los impuestos porque todos somos conscientes de que debemos contribuir a que funcione la maquinaria del Estado: desde puentes hasta la policía, desde hospitales hasta la televisión. Con funcionarios incluidos.

Lo que ya no estamos dispuestos a admitir es cómo funciona esa máquina y si tiene el tamaño adecuado.

Hace unos días, publicamos en lainformacion.com la noticia de que las diputaciones de este país se llevan cada año 22.000 millones de euros. ¿Y para qué sirven las diputaciones? Ahora, para casi nada. Y en sueldos se gasta el 60% de esa cifra.

Tampoco entendemos cómo es posible que existan tantas televisiones públicas porque con una basta. Pero todos los políticos deseaban una televisión local para que exhibiera el momento en que cortaban la cinta de esos puentes, hospitales o academias de policía. Ya que la pública no daba abasto, usaron el dinero de los contribuyentes para crear su emisora. Y hasta la televisión pública malgasta el dinero como cuando envió equipos enteros de periodistas y técnicos a cubrir las revueltas en Egipto, y casi todos ellos se daban paso en la retransmisión en vivo desde el mismo balcón de un hotel.

Eso se paga con impuestos.

Y precisamente hoy comienza la campaña de la renta, que consiste en comprobar si hemos gastado bien nuestro dinero, pero nunca se pregunta si el estado lo ha gastado bien.

Muchas veces he preguntado a los expertos cuál es la filosofía de la campaña de la Renta, y tras mirarme con ojos extraviados, al final contestan: "Muy sencillo: en estos días, la máquina del estado te pide explicaciones de en qué has gastado tus ingresos. Y si le parece que te sobra dinero, pues te lo quita". Es decir, el Estado nos calcula qué merecemos para vivir.

El estado siempre se defiende diciendo que devuelven más dinero del que quitan pues ocho de cada diez declaraciones acaban con la devolución de dinero para los contribuyentes.

Pero la discusión no va por ahí: va más bien por saber qué hacen con el dinero de todos durante un año. Se han construido obras ridículas, se han subvencionado proyectos idiotas, y se han inaugurado exposiciones innecesarias.

Los contribuyentes pagarían menos impuestos si todos los que componen la maquinaria del estado gastaran menos dinero, o lo gastaran de forma eficiente.

Esa debería ser la filosofía de los impuestos: obtener de los contribuyentes el dinero justo para pagar las obras necesarias del país que deseamos construir. Ni un euro más. Las empresas eficientes funcionan así. El Estado debería de funcionar así. Por eso, la fama de eficacia de la Agencia Tributaria debe ser tomada como algo secundario. Es verdad que es rápida, que se ha informatizado, y que es una de las más adelantadas del mundo.

Pero nos debería importar un bledo. Nos debería dejar fríos mientras el Estado no aplique la verdadera filosofía fiscal: ni un euro malgastado. Ni uno solo.

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