OPINION

Del aeropuerto Samsung Galaxy a la estación de metro Vodafone: ¿todo está en venta?

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Desde que se inventó la publicidad, sus límites están en romper los límites. Siempre hay una marca que rompe con los esquemas y hace algo “que ninguna marca había hecho”.

¿Por qué esta obsesión? Porque lo conocido aburre. No llama la atención. Y si no llama la atención ya deja de tener efectos publicitarios.

Las marcas quieren que se hable de ellas. Una de las formas más elocuentes es probando cosas nuevas.

A veces, esas rupturas de lo convencional son admirables: como un tipo tirándose de un globo a 35 kilómetros de altura para anunciar Red Bull.

Otras te hacen dudar, como aquel enano que hacía ejercicios en un garaje para saltar y al final solo pretendía ir a la oficina y llegar al dispensador de Coca Colas para apretar un botón que estaba muy alto.

Otras te conmueven como la campaña del condado de Sussex para que la gente usara el cinturón de seguridad, o la del día de la Madre que tanto se comentó hace semanas.

Otras te hacen pensar que a alguien se le fue la olla.

Por ejemplo, cuando Benetton mostró la foto de un enfermo de Sida arropado por su familia en el lecho de muerte, o un caballo procreando con una yegua.

Pero como lo importante es que hablen de ti, les da igual si les censuran porque eso es la publicidad, ¿no?

Esta semana hemos sabido que Samsung ha pagado una millonada para que durante dos semanas en aeropuerto de Heathrow  se llame Samsung Galaxy S 5, como su último móvil.

Esta campaña recuerda la de Vodafone, que se ha apropiado de la estación de Metro más conocida de España: Sol, perdón, Sol Vodafone, como dice en los altavoces dentro de los vagones cuando está a punto de llegar.

¿Es malo eso?

Antes de responder, me gustaría decir que en nuestro mundo casi todo tiene un precio. A mucha gente no le gusta  que se vendan cosas que parecen sagradas, o que se ceda ante las marcas. Pero cuando se les pone un fajo de billetes por delante, cambian de opinión. Y esto pasa en partidos políticos, en medios de comunicación y en en el deporte.

Antes de criticar muchas de esas campañas, me gustaría preguntar a la gente cuál es su precio. Muchos lamentaron que Radamel Falcao se pasara a un equipo de mala muerte, el Mónaco. Pero si a usted le pusieran 10 millones de euros delante de las narices, ¿se quedaría en su equipo?

Lo mismo pasa con la publicidad. Si alguno de ustedes de repente se hace famoso por un libro o un hazaña deportiva, ¿le pondría pegas a llevar el anagrama de Repsol?

Yo lo entendería. Creo que no es nocivo.

Pero respondiendo a la pregunta que dejé en el aire, nuestro sistema de creencias va cambiando con el tiempo y lo que hace años era un anuncio normal, como poner a las mujeres objetos  de uso de los machos, hoy sería un insulto y se prohibiría. En eso hemos avanzado.

Pero siempre habrá un anuncio que ponga a prueba nuestras creencias, y que nos haga dudar si estamos siendo muy mojigatos, o el anuncio era malo. Eso lo dirá el tiempo.

Por ejemplo, han pasado años por el anuncio de Benetton del enfermo del Sida y del caballo y me siguen pareciendo vulgares. Ya no es una cuestión de creencias sino de mal gusto.

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