OPINION

Hoy es el Día Mundial de la Tapa: ¿hay que decretar el fin del bareto de siempre?

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Empecé a escribir este post desde un bareto. Era el típico bareto de los años setenta:  cañas, vinos y tapas. En la pared había un cartel que ofrece raciones: orejas, patatas bravas, lacón, chorizo, queso manchego, gambas al ajillo...

Y luego, en la entrada, sobre una pizarra estaba el menú. Es el mismo que existía en Madrid en los años setenta. Primer plato: ensalada campera, macarrones boloñesa y coliflor rehogada. ¿Todavía hacen coliflor rehogada en este país? Creía que una ley la había prohibido.

¿Y los macarrones? ¿Se imaginan la salsa boloñesa de tomate de brik?

El segundo plato consiste en pollo asado, tortilla con queso y filete con patatas.

El bar estaba vacío. Solo permanecía yo con una caña mientras hacía tiempo para ir a la radio. Desde que he venido a este bar en los últimos dos años he visto que a clientela se ha ido desvaneciendo. Hoy hay más camareros que comensales.

¿Cuánto va a resistir? ¿Meses? ¿Semanas?

Un poco más allá, había unos bares más caros. Servían tapas de queso de cabra con cebolla caramelizada, tempura de verduras, bocaditos de solomillo... Tenían una pequeña selección de vinos blancos y tintos. Y ponían cervezas nacionales, alemanas, belgas... Los cafés son pura crema. Están llenos.

¿Ha llegado el fin del bareto?

Los que piensen que montar un bareto es ofrecer cañas y tapas sin más se van a estrellar. Estoy cansado de ver bares y restaurantes vacíos, con camareros aburridos y dueños aletargados que no se han preguntado por qué unos metros más allá triunfan otros bares.

Triunfa el bar que ofrece cañas hiperfrías con vasos congelados. Triunfa el bar que ofrece alitas de pollos de tamaño descomunal. Triunfa el bar con vinos de selección y tapas de diseño. Triunfa el bar que hace unas tortillas jugosas. Triunfa el bar que da un café cremoso, el mismo que nos hacemos en casa con las máquinas Expresso. Triunfa la cafetería con buena conexión wi fi.

Pero el bar que sólo servía cañas normalitas y tortillas resecas se muere. El bar que sólo servía raciones de calamares-chicle, se muere. El bar de café aguado se muere. El bareto se muere.

Hoy es el Día Mundial de la Tapa. ¿Saben que pienso? Que hemos tragado mucha comida mediocre en este país solo porque el dueño pensaba que la comida española era la mejor del mundo. Y nos servía la tortilla reseca, el calamar inmasticable y la paella liofilizada. Del café, solo hablaré delante de mi abogado y con Almax.

Pero en los últimos años, entre la revolución de Ferran Adria, las tapas deconstruidas, la oleadas de restauradores jóvenes y los programas de televisión dedicados a la cocina, este país ha dado un salto en sus gustos y ahora, aparte de lo típico, quiere calidad, originalidad y sorpresa. Quieren locales con un diseño bonito, que les haga pensar que el dueño cuida los detalles como si hacerles sentir como en un hotel de cinco estrellas.

Triunfan restaurantes de tapas españolas, sí, de las típicas tapas, pero con una carta que triplica a las tapas del bareto, y presentadas en platos de diseño, en locales limpios y sin televisores a todo volumen, ni maquinitas de apuestas. Y por supuesto, sin camareros que se la pasan pegando gritos.

Este Día Mundial de la Tapa debe servir para que miles de baretos hagan una jornada de reflexión y se pongan las pilas. Con unos pequeños cambios, pueden convertir ese local vacío en un centro de diversión gastronómica.

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