OPINION

El debate político en Antena 3: largo, muy ensayado... y con poco debate

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He defendido que los politicos se acerquen al pueblo en programas de variedades, debates, desayunos, bailes y radios.

Pero cuando ayer estaba esperando el debate de Antena3, me pareció una mezcla de Los Juegos del Hambre con El Show de Truman. ¿Eran esos los preparativos de un debate sobre política o el making of de una película? Parecía que lo importante no eran los candidatos sino Antena 3.

¿Y cómo se comportaron los candidatos?

Pedro Sánchez me pareció el que más pinchaba a los demás. Empezó con mucho postureo, pero poco a poco tomó fuerza. Cuando llegó a denunciar los casos de corrupción del PP, enunció una lista de casos que era dinamita. Y cuando Pablo Iglesias le provocó atacando a Felipe González y su paso por la empresa privada, Sánchez respondió sacando un cadáver: Podemos se abstuvo de defender a los presos políticos en Venezuela. Un golpe en el mentón.

También fue un golpe en el mentón cuando Sánchez denunció que Podemos no es un partido con mucha representación femenina: en las listas electorales, la mayoría son hombres.

A la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría le faltó al principio la contundencia que suele tener en las ruedas de prensa. No tiene la oratoria de Rivera ni de Iglesias, y al principio, cuando estaba fría, dio unas parrafadas de plástico muy ensayadas. Pero luego, a medida que le pinchaban por el paro, la deuda y el gasto, sacó su mejor argumento. "Ustedes no estaban en el gobierno en 2012 cuando este país estuvo a punto de quebrar". No lo dijo con esas palabras, pero ese era el argumento. Y muy convincente. Así fue a lo largo del debate.

Pero los asesores del PP deberían prepararle para más situaciones de crisis. Cuando Pablo Iglesias dijo que ellos en Cádiz y Barcelona han rebajado la deuda, y el Gobierno la ha aumentado en España, la vicepresidenta no tenía respuesta. Y cuando llegó la hora de hablar de la corrupción, el PP se queda sin discurso: ha sido su gran estigma. Tampoco sabe qué decir cuando se habla de puertas giratorias. Los altos cargos del PP que han acabado en los consejos de administración de empresas del Ibex ha hecho mucho daño al PP.

Pablo Iglesias sigue siendo un buen comunicador porque cuando asedia a sus contrincantes, va directamente a las heridas. Sabe sacar los trapos sucios (lo cual no quiere decir que oculte los suyos), y usar las ironías: Luis Bárcenas, registros policiales en la sede del PP... Se conoce los trucos del teatro de la política.

Pero sigue errando en sus conceptos económicos. Que un político diga a estas alturas que el futuro de las pensiones no depende de un problema demográfico es que no ha entendido nada de nada. Con eso, Iglesias se ha cargado todos los estudios estadísticos.

Albert Rivera fue el más desconcertante. Se le veía muy nervioso al principio. No paraba de moverse. Hablaba mirando a los otros candidatos como buscando su aprobación.

En la segunda mitad del programa, perdido el miedo escénico, los candidatos se vinieron arriba con pequeñas risas y comentarios por lo bajo. El debate tomó un poco de fuerza, pero el problema es que fue demasiado largo. No sé cuánta gente resistió casi tres horas de debate sin contar el show de autobombo.

Algunos temas pusieron a los candidatos contra las cuerdas. Cuando Rivera habló de que él como catalán, es la garantía para integrar a Cataluña en España, tiene razón pero juega con fuego. ¿Por qué? Porque para el resto de los españoles, lo catalán es algo que duele, que no entienden, y que les molesta. Asocian fácil y equivocadamente lo catalán al separatismo. Es un prejuicio, pero ese prejuicio pesa mucho en el electorado medio.

El federalismo que propone Sánchez, por ejemplo, solo lo entiende el PSOE. No lo entendían ni los moderadores, que insistían en preguntarle si las autonomías se iban a llamar 'estados'. El federalismo no lo entiende el español medio. No sabe qué ventajas tiene esa forma de organización política. Cuando el PSOE se pone a hablar de una España federal en un programa de masas, sale malparado. ¿Qué más autonomía pueden tener las comunidades autónomas?

Iglesias no aclaró bien cómo va a hacer el referéndum del derecho a decidir de los catalanes. Lo de que España "es un país plurinacional con diferentes sensibilidades" debe decirlo porque no conoce Venezuela. En un momento perdió los papeles con un moderador al que le dijo que no se pusiera nervioso.

¿Quién ganó el debate? Con claridad, nadie.

Soraya Sáenz de Santamaría pudo explicar lo que significa estar en un gobierno y tomar decisiones. Estuvo muy firme en su papel de vicepresidenta que conoce los engranajes del Estado y que sabe lo que se puede hacer y no hacer.

Pablo Iglesias emplea mejor que nadie los trucos escénicos, pero le falta hablar como hombre de estado. Cuando estás al frente de un país, te toca tragar sapos y culebras como cuando el PSOE dijo No a la Otan y luego tuvieron que aceptarla. Temo que a Pablo le pasaría lo mismo si fuera presidente. Eso sí, fue el que mejor aprovechó el minuto de oro: tiró a matar con frases demoledoras.

Albert Rivera se obsesiona demasiado en hablar a los autónomos y poco a los parados. Estaba inquieto. Parecía nervioso, lo cual sorprende en una persona que en teoría se desenvuelve mejor en estos escenarios.

Pedro Sánchez está cada vez mejor, pero tiene un fondo de falta de credibilidad por dos razones: porque el PSOE todavía resuena en la memoria histórica de los españoles tras sus recortes sociales; y porque la corrupción no se olvida.

En resumen, no creo que los candidatos hayan ganado muchos electores. Los cuatro políticos habían ensayado tanto las respuestas que perdieron un poco la espontaneidad. No hubo el debate prometido, debate en el sentido de interrumpirse y contraatacarse. Fueron muy correctos, pero tan correctos que los televidentes echaron de menos la discusión.

Antena3 se esmeró en remarcar que el impacto en Twitter fue enorme. Pero el que piense que Twitter es la realidad, es que se cree La Guerra de las Galaxias es verdad.

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