OPINION

Los extraños horarios españoles se han convertido en un atractivo turístico

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Me gusta contar esta historia.

Estaba yo en Silicon Valley visitando unos laboratorios de IBM cuando a la hora de la cena, me senté junto a un ejecutivo de la compañía.

Me preguntó de dónde venía y cuando le dije que de España soltó una carcajada y me contó el día en que conoció nuestro país.

Era verano. Su avión aterrizó un poco tarde en Madrid y al llegar al hotel, el ejecutivo norteamericano tiró las maletas en la habitación y salió a cenar. Le gustaba cenar fuera. Eran las diez de la noche más o menos.

Entró en un restaurante vacío y preguntó si podía cenar. Por supuesto. Pidió la carta y ordenó sus platos a toda prisa. Apurado por la situación, cenó lo más rápido que pudo pues se daba cuenta de que estaban teniendo un detalle con él.

Pidió la cuenta, pagó y aún con la comida a medio digerir, salió pitando. Cuando estaba abandonando el lugar, vio que entraba un enorme grupo de personas, diez o doce.

Entonces se volvió al camarero y le preguntó: “Pero, un momento, ¿no era yo el último?”. Y le respondió: “No señor, usted era el primero”.

El norteamericano, sorprendido por los extraños horarios de España, se puso a caminar por el centro de Madrid a esa hora. Estuvo caminando hasta bien entrada la noche. Me contó que veía familias enteras paseando hasta las dos de la madrugada por la Gran Vía o la Castellana, comiendo helados, con niños pequeños y carritos de bebé. Las calles estaban llenas de coches. Había atascos. ¿Era normal?

Yo le dije que era normal y encima era verano. Para aquel ejecutivo norteamericano era una de las cosas curiosas que le encantaba relatar de nuestro país. Los horarios.

Me acordé de que en mi infancia, en verano, en la playa de San Juan de Alicante, vivía en un edificio con muchos pisos. Y que a uno de mis amigos le llamaban a cenar encendiendo una luz roja en el balcón y que eso sucedía a las doce de la noche. En verano, en la costa, es normal ver gente desayunando a la una de la tarde, comiendo a las seis y cenando cuando salen los murciélagos.

¿ Y en invierno?

Todavía me quedo mirando a esas personas que desayunan a las doce del mediodía. Incluso he visto personas que se toman barritas con tomate y café con leche a la una de la tarde. Ejecutivos, directivas, funcionarios, empleadas. Da igual.

Por eso me pregunto: ¿no sería mejor cambiar las costumbres que las horas? Todos los años cambiamos las horas para aprovechar la luz. Pero creo que hay que cambiar las costumbres. Bastaría con decirle a la gente que adelantase todo dos horas.

Cuando doy clases de comunicación, suelo preguntar a mis alumnos extranjeros, sobre todo latinoamericanos, qué es lo que más les llama la atención de España. Y entre otras cosas mencionan los horarios: de desayunar, de comer y de cenar. Pero también de los bancos, que no abren por la tarde (no lo entienden), los comercios que abren a las diez, cierran a las dos y luego abren de nuevo a las cinco (¿es por la siesta?, preguntan), y sobre todo, los horarios nocturnos. Cuando llega el fin de semana y los españoles salen de parranda a las once o las doce de la noche, los extranjeros se echan las manos a la cabeza. A esa hora, ellos en sus países casi están volviendo de la fiesta.

Y cuando los mismos extranjeros ven el telediario a las nueve de la noche, que acaba a las diez, para dar comienzo a las series más vistas, ya les descoloca del todo,. ¿Es que los niños no duermen?

Creo que hay que cambiar los horarios. Adelantar todo unas dos horas. ¿Que no se puede? Pues lo han hecho con los partidos de fútbol más importantes.

Al final, tenemos el consuelo que esos extraños horarios se han convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de España. Los turistas vuelven a sus países comentando anécdotas de esas cosas locas que hacen los españoles con sus horarios. Y la gente que los escucha se troncha de risa.

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