OPINION

Ustedes gasten lo que quieran pero no se quejen cuando llegue la factura

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Para la mayoría de los españoles, los datos macroeconómicos son como las películas de cine francés de los setenta: enigmáticas. No los entienden, aunque sospechan que son importantes.

Acabamos de enterarnos de que el déficit público en 2015 fue mayor de lo esperado. ¿Es para asustarse?

El déficit de un Estado es lo mismo que el déficit de un hogar. Si la familia se pone a gastar más de lo que ingresa, no le queda más remedio que echar mano de la tarjeta de crédito. Si las deudas en la tarjeta de crédito se acumulan, podemos pedir pagarlas en meses sucesivos. Entonces, el banco nos sube los intereses. Y si después de un periodo de tiempo, no pagamos esas deudas (crece nuestro déficit), el banco  deja de darnos crédito y puede cobrarse sus deudas con lo que sea. Incluso con nuestra casa.

Lo mismo sucede con los estados. Más déficit supone más deuda. Más deuda supone pagar más intereses. Si eso no se arregla, llega un momento en que a ese Estado no le prestan dinero los mercados, los bancos o quien sea.

Voy a ponerlo peor aún: cuando un país tiene un enorme deficit y pierde el crédito internacional, su divisa pierde valor. Se devalúa.

Desde que estamos en una cosa que se llama euro, la meta es tener un déficit bajo control para que esta moneda común no pierda valor. Pero además, no se puede consentir que en este club unos tengan mucho déficit y otros muy poco. La idea es que se unifiquen los déficit y que se mantengan por debajo del 3% del PIB.

La crisis que nos ha golpeado a todos desde 2008 reventó las amarras y cada país se desbocó. Los griegos llegaron a tener un 12%. España pasó del 3% al 9% en poco tiempo. Esa fue una de las herencias que dejó el PSOE de Zapatero: un déficit desbocado. Las consecuencias las sufrimos en 2012, cuando aquel maldito verano, nos cortaron el crédito, y estuvimos a punto del default: de la quiebra y el rescate.

El trabajo sucio del PP desde entonces ha sido disminuir el déficit, ganar la confianza de los prestamistas y acercarse al 3%. Digo 'trabajo sucio' porque para hacerlo no hay sino estas dos vías: recortar gastos y subir impuestos.

España estaba bajando su déficit y se preveía que el año pasado quedase en un 4,2%. No era lo previsto pero 'progresábamos adecuadamente'. ¿Qué ha pasado? Que a la vista de las elecciones de 2015, el PP aflojó las amarras: devolvió la paga a los funcionarios e incrementó el gasto público. Y además, las comunidades autónomas tampoco han cumplido su parte. Se han puesto a gastar pero sin tener los ingresos adecuados.

Por eso ahora descubrimos que el déficit del año pasado no era del 4,2%. Del 5,2%. ¡Albricias! Un punto de más en términos de PIB suponen 10.000 millones de euros de desvío. Las consecuencias van a ser inmediatas. Bruselas, la Comisión Europea, va a pedir a los españoles que se aprieten el cinturón. Que gasten menos. Que corrijan el rumbo. Si no lo hacemos, actuarán como con Grecia: nos cortarán el crédito y nos enviarán a los hombres de negro.

Pero vayamos a lo importante: la pregunta ahora no es qué esfuerzos hay que hacer para bajar el déficit. La pregunta es si el próximo gobierno lo podrá hacer; si tendrá ganas de hacerlo.

Si viene un gobierno con el PSOE, Podemos, los votos nacionalistas y de la izquierda en general, el ritmo de los gastos va a aumentar. Ya está pasando en la Comunidad Valenciana, donde el gobierno autónomo de izquierdas ha emprendido una campaña de ayudas sociales que nadie discute, pero que alguien tendrá que pagar.

Pero para empeorar las cosas, mientras no se forme un gobierno, los empresarios no saben si deben contratar más o no. Se está parando la inversión y la expansión, lo cual supondrá que el Estado obtendrá menos dinero por impuestos.  Y el déficit irá a peor.

Lo que todos debemos recordar es la primera lección a los estudiantes de economía: lo que gastas debe ser igual a lo que ingresas. Si no, tienes un problema

Lo bonito de ser político y gobernar es gastar: pueden ser rotondas u hospitales, subidas de salarios o aeropuertos.

Lo malo es que al final alguien te pasa la factura de la fiesta.

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