OPINION

Pablo Iglesias pasó de la euforia a lamerse las heridas por su soberbia

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Seguro que se acuerdan de la imagen de Pablo Iglesias el 20D. Había quedado tercero en la elecciones, pero parecía como si hubiera ganado. Cuando salió a comentar el resultado ante las cámaras, dijo que exigiría a Pedro Sánchez “cambios irrenunciables” para formar gobierno. ¡Y solo había pasado una hora de los resultados electrónicos!

También parecía que él tenía todo el poder cuando empezaron las negociaciones para crear alianzas.

Su lenguaje era presuntuoso y ensoberbecido. Me acuerdo que escribí: “Detén, oh Pablo, tu emoción: este país puede gobernarse sin Podemos”.

Pablo no proponía sino que amenazaba. ¿Es que ya no se acuerdan? Llegó a repartir varios ministerios y pedir  la vicepresidencia. Iba como una bala. Solo le faltó componer un nuevo himno para España.

Empezaron las negociaciones. Pablo Iglesias llegó a sacar los trapos sucios del PSOE, como la guerra sucia contra ETA y los asesinatos de Estado en tiempos de González. Así no iría muy lejos: recapacitó y bajó el tono. Empezó a cortejar a Pedro Sánchez. La estrategia de Errejón.

Pedro Sánchez se dejó cortejar (claro, tenía más votos), pero también le lanzó unos guiños. Parecía un baile de cadetes donde los más guapos lanzaban miradas, mimos y besitos a las más guapas.

De repente, a finales de febrero, llegó Albert Rivera y se fue a una habitación con uno de los cadetes más apuestos del baile. Con Pedro Sánchez. ¿Qué hicieron en la habitación? Cuando salieron, tenían una honda cara de gusto y una alianza.

Pablo Iglesias se quedó traspuesto. ¿Cómo? ¿Pero no era a mí a quien amabas, Pedro?

Había llegado tarde.

Pablo Iglesias lo intentó por la vía emocional. En marzo le dijo directamente y ante todos los invitados: “Pedro, fluye el amor entre nosotros”. Luego, lo intentó por los celos. Se besó con Xavier Domenech, de ERC, también en público.

Sanchez, conmovido, le propuso un menage-á-trois con Albert Rivera, pero a Pablo esas guarrerías no le gustaban.

Él quería hacer esas ‘guarrerías’ con otro: con Izquierda Unida.

Al final, Pablo lo volvió a intentar esta semana. Aceptaba menage-á-trois con Ciudadanos, pero quería mantener sus condiciones: referéndum a Cataluña, por ejemplo. El estado plurinacional.

Pues no. Nada de eso. No ha habido acuerdo.

Ahora Pablo Iglesias acusa a Sánchez de traición. Sánchez le acusa de mentirle. ¿Y quién está vivito y coleando?

Albert Rivera.

Fue más rápido que Pablo Iglesias, menos soberbio y mejor estratega. Era lógico porque en algún momento se dio cuenta de que, si se movía rápido, tenía todas las de ganar. Por ejemplo, en caso de que se repitieran las elecciones, Ciudadanos obtendría más diputados como ya anuncian las encuestas. ¿Por qué? Porque era el más dialogante y eso gustaba a los españoles. Y si había algún pacto posible antes de las elecciones, Ciudadanos debería estar ahí en cualquiera.

Pablo Iglesias no lo entendió. Pensaba que a Sánchez le tiraría más el concepto de las izquierdas. Le faltaron reflejos. Le sobró soberbia.

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