OPINION

¿Y si aplicásemos las técnicas olímpicas a nuestros jóvenes en las empresas?

Mireia Belmonte
Mireia Belmonte

Cuando vemos los atletas olímpicos llegar al podio a todos se nos pasa lo mismo por la cabeza: cómo han sufrido para estar allí. Entrenamientos, esfuerzo físico, voluntad, dietas, largas rutinas...

Por supuesto, pero también esos atletas han tenido algo que la mayor parte de nosotros no tenemos: un entrenador personal, unas instalaciones, un equipo de técnicos... Personas que les han seleccionado dentro de un grupo, que se han fijado en ellos, y que les han sacado todas sus cualidades, incluso las que no pensaban que tendrían. Personas que les han impuesto una rutina, y que les han llevado al límite.

Imaginen lo que supondría aplicar las técnicas del deporte a los jóvenes que empiezan a trabajar en una empresa. Primero, que alguien se fijara en su talento. Todos los jóvenes tienen unas aspiraciones más o menos claras, pero a veces no saben si su verdadero talento está bien orientado. ¿Y si alguien se diera cuenta de su verdadero talento y les pusiera en el puesto que se merecen?

¿Y si alguien les empezara a formar con paciencia? ¿Y si alguien les fuera empujando poco a poco a metas más exigentes para que dieran todo lo que tienen dentro?

A veces sucede por carambola. Un joven tiene que sustituir a alguien que se va y de repente empieza a despegar. Otras veces, las menos, un jefe se fija en algún detalle y lo pone a prueba.

Eso se llama 'dar una oportunidad'.

Con la escasa movilidad en los puestos de trabajo, y la crisis, muchos jóvenes se queman cumpliendo rutinas estúpidas y malgastando su talento. Imaginen lo que sentiría ese joven si, como le ha pasado a un atleta olímpico, una persona hace de entrenador personal. Primero, le enseña, es decir, le trasmite su conocimiento. Luego, le orienta y corrige sus defectos. Luego le perfecciona con trabajos que ponen a prueba su calidad. En todo momento, le motiva en los decaídas y pone los medios para que progrese. Y por último le da un empujón para que se tire a la piscina.

El entrenamiento de Mireia Belmonte, por ejemplo, ha sido todo eso. Según un reportaje de El Mundo, la nadadora estuvo preparándose en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada a más de 2.000 metros de altitud. Su entrenador Fred Vergnoux y un equipo de especialistas en biomecánica le estuvieron afinando durante meses varios aspectos de su estilo:  el viraje, el nado subacuático, el batido de piernas y la apnea final.

Uno de los ejercicios consistía en atarle con una goma al poyete de la piscina y obligarla a nadar contra esa tensión. Otro en hacerla nadar varios metros sin tomar aire, como los nadadores que se sumergen decenas de metros en el mar, la apnea. Y hasta hizo ejercicios para realizar un nado tan perfecto en línea recta, para así reducir la resistencia al agua, que es una de las técnicas más difíciles.

Todo eso y el sacrificio de Mireia le permitieron hacer el sprint final, superar a la nadadora que iba en tercera posición y ganar el bronce. Fue nuestra primera medalla en estos Juegos.

Ahora imaginemos que pudiéramos trasladar todo eso a la empresa. Lo primero que se nos ocurre es que es un gasto enorme, pues tales cosas solo se pueden hacer con gente escogida. Vale. Pero no hace falta montar un centro de alto rendimiento en las empresas, sino animar a los jefes, a los tutores y a los veteranos a ayudar a los jóvenes y a descubrir y poner en marcha su talento.

Estoy seguro de que el rendimiento de la inmensa mayoría de los jóvenes mejoraría. Sorprendería. Y se sentirían mucho más realizados que si les subieran el sueldo. Claro que, al final, habría que subirles el sueldo si superan las expectativas, ¿no?

Creo que sin necesidad de gastar mucho dinero, se puede mejorar el rendimiento de los jóvenes en los empleos. Solo hay que darles una oportunidad. A mí me la dieron hace muchos años, y aquello cambió mi vida. Los jóvenes de ahora también se la merecen.

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