OPINION

Lo que amenaza a nuestro empleo no son los robots sino la compresión del tiempo

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El tema de debate de La Sexta Noche de este fin de semana fue económico y actual: cómo los robots están dejándonos sin trabajo.

Sacaron un informe de la OCDE que predice un impacto terrible para los puestos de trabajo en España porque la actividad de miles de empleados de las fábricas será sustituida por robots.

En realidad, ese no es el problema ni es el problema de ahora. Desde que se inventaron las máquinas, cada una que llegaba trituraba muchos empleos.  Como ejemplo se puede poner desde el coche que sustituyó a los cocheros y a los herreros que hacían herraduras para sus caballos, hasta las neveras que acabaron con los que cortaban y distribuían hielo por las casas.

Entonces, ¿cuál es el problema?

El tiempo.

Desde la primera revolución industrial hasta ahora, el tiempo de penetración de la tecnología se ha acelerado, y no de manera uniforme sino exponencial.

No tengo los datos, pero si sirve de ejemplo, la penetración de los tractores en el campo supuso el desplazamiento de millones de agricultores a las ciudades y tardó décadas. Estos millones de desplazados tenían un tiempo de adaptación a otros sectores como la siderurgia o a la naval.

Ahora, el tiempo de implantación de la tecnología no se mide en años sino en meses. WhatsApp se implantó en muy pocos años en todo el mundo. Se fundó en 2009 y al final de aquel año ya tenía 250.000 usuarios. En 2013 ya eran 200 millones en todo el mundo. La gente cambió los sms de felicitación de Navidad por 'wasaps' en 2014. Y en 2016 los usuarios de WhatsApp en el mundo llegaron  a más de 1.000 millones. Fue comprada por Facebook en 2014 por casi 20.000 millones de dólares. Supongo que las personas encargadas del servicio de sms en Telefónica fueron enviadas a otro departamento. Con suerte.

La tecnología se implanta con tanta rapidez y en tal volumen que afecta a la capacidad de millones de personas de aprender otro oficio en un tiempo razonable. A tiempo, quiero decir. Porque el tiempo se ha comprimido para ellos. Lo que antes se medía en años ahora se mide en meses.

Esa es la razón por la que hay tanta demanda mundial de determinados puestos como ingenieros. Si una mujer se gradúa de ingeniero electrónico, tiene ofertas desde Francia a EEUU, es decir, de los países más desarrollados donde la tecnología se implanta con tanta rapidez que el mercado laboral no lo suple. Pero, ¿y si esa mujer estudia la carrera equivocada?

Ni siquiera las universidades pueden adaptarse a esta rapidez, porque cuando están implantando nuevos planes de estudios, por más avanzados que sean, siempre se quedarán atrás comparados con la implantación de una tecnología. Están preparando a los jóvenes para habilidades que no se necesitarán cuando se gradúen, y encima no saben cuáles van a surgir en cinco años.

Uber, la aplicación que está compitiendo con los taxis, se ha implantado en tiempo récord en muchos países del planeta gracias a la globalización, a las comunicaciones baratas y a los móviles inteligentes que todo el mundo tiene en su mano.

Por eso, el gran desafío no son los robots, sino el tiempo. No tenemos tiempo para adaptarnos a los cambios porque son demasiado rápidos comparados con nuestra naturaleza humana.

Las personas que se quedan sin empleo, ni lo vieron venir, ni son capaces de cambiarse a otro empleo a tiempo porque un robot o un algoritmo vendrá a sustituirlo de forma súbita.

De modo que su única salida es aprender una habilidad de nivel superior que le asegure el puesto. Para algunos, esto les suena difícil pues a medida que nos hacemos mayores, nuestra capacidad de aprender conceptos superiores se entorpece desde el punto de vista neurológico.

¿Cuál es la salida?

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