OPINION

La pequeña historia de un hombre que nunca se ha tomado vacaciones en su vida

Ortiz Echague
Ortiz Echague

Muy cerca de mi casa, hay una cafetería adonde voy algunos fines de semana a desayunar. El dueño es una persona con la que no he intercambiado muchas palabras, a pesar de que nos vemos desde hace décadas.

El otro día se me ocurrió preguntarle por las vacaciones, que es la pregunta típica de septiembre. "Nunca me he tomado vacaciones", me dijo. "¿Y qué edad tiene usted?", le pregunté: "84 años".

Me dijo que trabaja desde muy joven y que se levanta a las 4 de la mañana todos los días. A veces antes.

Abre la cafetería muy temprano pues algunas veces, cuando he salido de casa antes de las seis, he visto las puertas abiertas, y algunos taxistas o policías tomando café o desayunando.

El hombre es de un pueblo de Madrid donde se cultivan aceitunas. Por la mañana está en la cafetería, y a la hora de comer se va al pueblo, pues allí tiene sus cultivos. Coge el tractor y se pone a currar por la tarde.

"¿Y a qué hora se acuesta usted?", le pregunté, pensando que con esa edad y a ese ritmo, a las diez de la noche estaría en cama.

"A las doce de la noche", respondió sin mirarme.

Una de sus hijas le acompañó una vez al médico para hacerle una revisión. Y le rogó a la médico que le recomendara a su padre reducir la marcha.

La doctora se volvió al señor, y le dijo: "¿Usted qué tal se siente?".

"Bien", dijo él.

"Entonces, siga como siempre".

El hombre, un castellano duro, me confesó que apenas se había resfriado en su vida. A mí me recordó un personaje de los que fotografiaba a principios del siglo veinte José Ortiz Echagüe: gente dura del campo y del mar. Como el de la foto de arriba.

También me recuerda a un personaje de Pío Baroja, concretamente de la novela César o nada. Es una escena que tiene lugar un vagón de un tren que transporta ganado. Apoyado en el portón, hay un vasco viejo mirando el paisaje y aguantado el frío como si tal cosa. Ve a un joven aterido de frío, y acurrucado en un rincón, y le lanza una manta. Luego, sigue mirando el paisaje.

El señor de la cafetería también goza de buena salud, y espera seguir trabajando mientras esté bien. No quiere dejar la cafetería en otras manos, pues cuando él no está, las cosas no marchan tan bien.

Yo le he visto a su edad hacer frente a jóvenes borrachos que los domingos por la mañana se ponían a armar jaleo, molestando a los clientes de siempre.

Entre esos clientes de siempre que van a tomar café por la mañana, a comer o a cenar con la familia, hay muchos vecinos que están prejubilados. Son personas con 60 años o menos, que salieron en las bajas voluntarias de Telefónica, del BBVA, o de cualquier otro sitio, y que matan el tiempo paseando, comprando el pan, o yendo en chándal a correr con los amigos.

Muchos de ellos están felices. Cobran una buena pensión. Tienen sus ahorros y ahora por fin pueden descansar "después de toda una vida de trabajo".

Otros echan de menos su trabajo, pero el sistema les ha puesto ahí y tienen que aguantarse.

No sé qué pensará de eso el señor de 84 años que nunca se ha tomado vacaciones. En realidad, no creo que le importe porque es una persona de pocas palabras que se ha dedicado su vida a trabajar.

Mostrar comentarios