OPINION

La encrucijada de Seat: bautizar su nuevo coche entre un nombre catalán y otro no catalán

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Seat puso en marcha una campaña popular para elegir el nombre del nuevo vehículo que saldrá en 2018. Miles de votantes propusieron nombres y tras varias selecciones quedaron cuatro finalistas: Ávila, Aranda, Alborán y Tarraco. "Por primera vez en nuestra historia, la gente habrá elegido el nombre del próximo Seat", dice la página web de la marca.

Como se ve, uno procede de los nombres que los romanos dieron a Tarragona (Tarraco), y los tres restantes de localidades fuera de Cataluña.

Lo que estaba destinado a ser una campaña de publicidad ingeniosa para crear expectación se ha convertido en un dolor de cabeza para la marca. La disyuntiva es la siguiente: si el nombre elegido es Tarraco, puede ser que cause rechazo en el resto del país por el momento tan difícil que se vive en Cataluña. Si no es catalán, entonces es posible que se encuentre con el rechazo de parte de Cataluña.

La empresa ha decidido retrasar el anuncio hasta que vuelva el "contexto de estabilidad".

En principio, no debería ser un problema porque se trata de un nombre simplemente. Pero dado el instante emocional que se vive en España, todo puede ser politizado. Muchas empresas ubicadas en Cataluña están sufriendo el boicot por parte de los consumidores. Cavas, pizzas, aguas minerales, fuets, bancos... No conocemos el alcance de este boicot pero está claro que existe.

Los bancos catalanes han decidido mudar la sede fuera de Cataluña para suavizar el impacto que el independentismo está teniendo en las cuentas corrientes. Pero esa medida se ha encontrado con el propio boicot en Cataluña, animado por los independentistas radicales que los acusan más o menos de ser unos traidores.

La diferencia entre un banco y Seat es que los bancos mueven dinero apretando un botón, dinero electrónico. Basta con mudar la sede para que las cuentas corrientes estén protegidas por el paraguas del Banco Central Europeo. Además, su actividad en Cataluña es menor que la del resto de España.

Pero respecto de Seat, la planta de fabricación no se puede mudar de un plumazo. En caso de una hipotética independencia, los vehículos seguirían siendo fabricados en Martorell, por lo cual no se sabe si sufrirían la política arancelaria que se aplica a los países fuera de la UE. Serían más caros salvo que existiera un acuerdo bilateral, cosa que tardaría tiempo.

De modo que la poderosa inversión de Volkswagen en España, que adquirió Seat en 1985, está ahora bajo presión, tanto por el nombre de su nuevo vehículo como por el radicalismo independentista. Lo peor de todo, es que estamos hablando de 14.500 trabajadores directos y unos 100.000 más indirectos.

Esto es un doloroso efecto más en el que los independentistas no pensaron y que está causando fuertes quebraderos de cabeza a una marca que los españoles consideran tan española como la paella.

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